GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

LAS EXPOSICIONES: ARTE URUGUAYO Y BARRAGÁN

Por Germaine Derbecq


Las Exposiciones


Arte uruguayo en el Centro Naval


Esta exposición, que es una manifestación de intercambio cultural entre Uruguay y Argentina, comprende publicaciones y un centenar de pinturas y esculturas, de las cuales un gran número, hay que decirlo, no tienen un nivel plástico muy elevado.

Podemos sin embargo encontrar interés en algunas de ellas. En las pinturas de Julio Verdie, con un cromatismo sensible; en la línea Bonnard-Manessier, pero sin haber logrado aún el punto de equilibrio entre la impresión y la expresión; en las de García Reno, que podrían ser las de un alumno de Lhote deseoso por escapar de las restricciones de su maestro; en las de José Estaba, que se permite libertades para las cuales no se encuentra todavía del todo listo, en las composiciones abstractas de María Freire y de José Castigliolo, con una simplicidad a la que les falta complejidad, y en las expresiones no figurativas apasionadas de Vincent Martín. La escultura es un poco numerosa. Zorrilla de San Martín presenta un grupo y un retrato que testimonian que en su formación académica se superpusieron una intención constructiva más prolija, un modelado más vigoroso, debido a los consejos de Bourdelle, con quien ella trabajó. Pinturas de este escultor uruguayo que ilustran temas históricos están, ellas también, a mitad de camino entre la Escuela de Bellas Artes y las de Maurice Denis. De Germán Cabrera, escultor de tendencia independiente, un grupo figurativo, integrado en un ritmo. De Nerse Ounanan, dos esculturas que podemos calificar de modernas por la simplificación de los volúmenes, que sin embargo no son auténticas, ya que la inspiración podría ser igualmente muy antigua.

Está también el taller de Torres García. Gracias a las obras de los alumnos y a las de dos hijos de este artista, la exposición toma un poco más de sentido y se carga de verdades más esenciales.

Torres García, que ha desaparecido hace poco, era el animador de este grupo. Había vivido en París hace unos treinta años, en donde era realmente estimado. Su naturaleza profundamente espiritual lo había acercado a Mondrian, a Kandinsky y a algunos otros artistas para los que el arte era una mística. Meditó él también largamente sobre cuestiones plásticas y propuso principios y directivas de tendencia constructiva que llamó el Nuevo Clasicismo: el orden geométrico que frecuentaba y admiraba, pero también el arte precolombino, basado sobre el ángulo recto, el cuadrado y el rectángulo, en el cual se agregaban símbolos, una escritura concreta, encerrados en una especie de grilla constructiva, cuyas relaciones armónicas estaban bien estudiadas. El material, despejado de toda sensualidad, acusaba aún más la simplicidad de los recursos, de la misma manera que las aspiraciones de este arte, su voluntad de identidad entre el pensamiento estético, religioso y ético. Todos los cuadros de este taller testimonian que los discípulos se identificaron con las enseñanzas del maestro. Todas sus pinturas desprenden una armonía beneficiosa para el espíritu. Pero sentimos incluso más un voto de pobreza que un deseo de enriquecerse por la renuncia, y eso es sin dudas lo que los limita. Lo que no les permitió—aun teniendo auténticas intenciones plásticas—desarrollarse y prosperar como debería haber sido.


Julio Barragán en Plástica


Este artista no busca gustar suavizando las formas, seduciendo los colores o diversificando los temas. Las únicas concesiones que se permite son un gusto pronunciado por los valores profundos y ricos de la materia, el rechazo de dislocar los rostros como lo hace con los cuerpos, que tienen tanta dignidad que nos animamos apenas a reprochárselo. Las trece pinturas que Julio Barragán presenta son variaciones sobre un tema. Este tema es una figura femenina que fragmenta, analiza, descompone en planos, en volúmenes aplastados, en formas más o menos geométricas, utilizando valores suntuosos, negros profundos, grises calidad y fríos sonoros, y algunos tonos claros, perfectamente integrados al conjunto.

Podríamos, en cierta manera, comparar la situación plástica actual de Barragán con la de sus pinturas que, hace cuarenta años, se lanzaron a lo desconocido, armadas del ahora célebre precepto de Cézanne —la naturaleza por el cono, la esfera, el cilindro—. Es probable que, incluso si pudiera, Julio Barragán no querrá llegar a las mismas conclusiones que estos pintores y, todavía menos, ser arrastrado a las mismas consecuencias: por un lado, la abstracción y, por el otro, una unión con el expresionismo.

Parece bien decidido a quedarse sobre su posición figurativa: la contradicción en la cual se encuentra es similar a la que esperaron esos artistas antes del Cubismo, si se hubieran quedado en esa situación: una superficie plana en la que se inscriben formas naturalistas, sugiriendo volúmenes por medio de planos múltiples con un espacio que existe aun hoy. Podemos preguntarnos cómo Barragán saldrá de este impasse. Su perseverancia es una garantía de éxito, así como sus cualidades de pintor y su gran honestidad plástica. La cual no será menos real, pero sin dudas más eficaz si aceptara algunas veces no ser razonable, y meditar este pasaje de las Escrituras: “Hablamos, no con el discurso que enseña la sabiduría humana, pero con el que enseña el espíritu”.


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