LE QUOTIDIEN
22 de Agosto de 1956
LAS EXPOSICIONES: CASTRO Y PIERRI
Por Germaine Derbecq
Las Exposiciones
Sergio de Castro en Bonino
Sergio de Castro, es argentino, pero vive actualmente en París. Fue un discípulo de Torres García, este maestro que nació en Montevideo, pero su formación artística fue europea. Primero en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, luego en varios otros países, y finalmente en París, en donde dijo: “Aprendí mucho, es en dónde me formé definitivamente”. Es, en efecto, en París que edificó un sistema plástico y filosófico que llamó Constructivismo.
Por haber podido trabajar con Torres García, que se definía como “un místico, un metafísico, un teórico”, tenía que tener las mismas aspiraciones. Sin ninguna duda, Sergio de Castro se encontraba muy cercano a su maestro, en espíritu y en intelecto. También asimiló muy bien sus enseñanzas que, aunque haya distribuido los objetos en el espacio de sus cuadros, como muchos de los alumnos de Torres García lo hicieron, sus pinturas son incontestablemente personales. Es que Castro no aceptó como verdadero más que lo que reconsideró y revisó a través de su temperamento.
Sus pinturas, suficientemente mentales sin ser demasiado pensantes, son las de un pintor para los ajustados acordes de los tonos y son también las de un artista, ya que despojándoles a los objetos sus individualidades y asignándoles una existencia de “forma-color”, se integraron pictóricamente a un todo.
Pierri en Pizarro
Si, como lo dijimos, Pierri fue surrealista, no podemos descubrir ningún rastro de ello en las obras de esta exposición. Sin embargo, podemos encontrar las enseñanzas de Lhote, que le otorgó una sólida base, pero también como le ocurre a menudo a los que trabajaron con el maestro, cadenas pesadas, difíciles de quebrar. Es que esos obstáculos se disimulan debajo de los más atractivos pretextos: el enamoramiento ante la naturaleza, primer impulso de la obra, de los signos plásticos metafóricos para expresar esta emoción, la tela compartimentadas en grandes formas coloreadas, fríos y cálidos, sombras y claros, ilustrando bien la famosa definición de Maurice Denis, que tomó ahora valor de principio. Dice: “un cuadro, antes de ser un caballo de batalla, una mujer desnuda o cualquier anécdota, es esencialmente una superficie plana recubierta de colores unidas en un cierto orden”.
Pierri ha religiosamente observado el mandato de sus maestros. Durante largos años, agotó el poder del análisis, aprobó la embriaguez de los enamoramientos, y ahora no está satisfecho. Busca liberarse para entregarse, parecería ser, pies y manos atados a otras cadenas. ¿La libertad no es a menudo esto? Al lado de algunos cuadros frescos y luminosos, con su estilo anterior, y algunos otros que están aún derivados con nuevas búsquedas, influenciados por Klee, hay también algunos que son una adhesión a esta pintura que se lleva hoy muchos votos, sacrificando todo para la sensualidad del material bajo el manto de las justificaciones psicoanalíticas. Luego de largos años de disciplina, Pierri debe estar contento por dejarse llevar y por triturar sus pinturas.
Las obras dispares de esta exposición indican que el artista está en un momento crucial, que se prepara para un cambio de actitud sin saber bien cual es la que va a adoptar. Ante estas alternativas, no parece orientado por una fuerza tutelar hacia una tierra prometida, sino más bien conducido por una fuerza de voluntad. En esta circunstancia, no es tal vez la voluntad la que es necesaria, sino más bien un abandono, no hacia los instintos rechazados, pero hacia las intuiciones de ser verdadero.