GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

14 de Diciembre de 1956

EL 45º SALÓN NACIONAL DE ARTES PLÁSTICAS O DEL ACADEMICISMO DEL ARTE ABSTRACTO (PARTE I)

Por Germaine Derbecq


El 45º Salón Nacional de Artes Plásticas o del academicismo del arte abstracto (Parte I)


Este 45º Salón de Pintura, Escultura, Dibujo y Grabado fue inaugurado en las salas del Museo de Bellas Artes con un brillo muy particular. El general Aramburu, presidente de la Nación, y el contraalmirante Rojas honraron la inauguración con su presencia.


Los premios de las pinturas recompensan a dos artistas que tendrían que haberlo recibido desde hace tiempo. Es de esta manera que Raquel Forner se llevó el Gran Premio con un cuadro sobrecargado de símbolos, como a ella le agrada. Sin embargo, la pintura no tiene la necesidad de este lenguaje suplementario para ser elocuente. Afortunadamente que desde otro lado esta artista se esfuerza por adaptar una organización plástica a su lirismo personal. Si lo logra muchas veces, es porque lo hace por medio de subterfugios, como ese personaje presentando un cuadro, cuyos ángulos y direcciones son pretexto para los efectos constructivos. Remitentes fáciles que debería poder dejar de lado.

A Héctor Basaldúa se le otorgó el Primer Premio por una pintura cuyo principal mérito es el de buscar meterse en el gusto del día, más que una verdadera renovación.

El Segundo Premio fue otorgado a La escena campestre, de Aurelio Canessa. Una pintura de espíritu retrógrado.

El Tercer Premio a Raúl Russo por Paisaje con una simpleza expresiva y valores poderosos.

El Gran Premio del Ministerio de Educación a Juan Carlos Castagnino por Tango, una mezcla de realismo, de pinceladas impresionistas y un desbordamiento cromático. Pintura a la que no le falta el vigor, pero sí completamente el estilo. En cuanto a la escultura, no es original decirlo —tantas críticas lo han comentado solo para información—,el jurado no estuvo actualizado ni demasiado consciente de sus deberes al no otorgar el Gran Premio, cuando varias esculturas, como las de Sibellino, de Alonso, de Badií y de Curatella Manes que lo podían pretender.

El Primer Premio fue atribuido a Francisco Reyes por una obra desprovista de imaginación con un oficio muy banal. El Segundo Premio a Ricardo Martín Daga por una piedra talladas cuyos ritmos no están para nada desprovistos pero la estética no es muy auténtica. El Tercer Premio a Héctor Nieto por un bloc cubista en el cual se inscribe un personaje trabajado pesadamente.

A Sibellino, uno de los mejores escultores argentino, se le otorgó el Gran Premio del Ministerio de Educación. Nos podemos preguntar por qué no se le dio el Gran Premio. Misterios del jurado. En este Salón, las obras son numerosas. Hay doscientas ochenta pinturas que ocupan todo el primer piso del Museo, y las salas de planta baja, a la izquierda de la entrada, están reservadas para los dibujos y los grabados. En el vestíbulo se reunieron las esculturas entre las que se destacan las de Curatella Manes, un bronce de 1956, Proyección 7, un volumen que tiene significado por su contorno. Idea plástica interesante y nueva, y El partido de Rugby, de 1926, pero siempre actual, y que perteneces a la época en la que el artista buscaba las equivalencias de los volúmenes en el espacio. En estos tiempos, en los que no se hablaba de arte espacial en cada situación. Desde entonces, se admitió que el volumen puede sugerirse. Ciertamente, hay siempre obstinados y desfasados que no lo aceptan. Tal como estos doctos señores del jurado de escultura, para quienes el volumen debe ser sólido, hecho de millones de bolitas o de tallado en la piedra, y casi siempre, para definir una musculatura. Miguel Ángel había dicho: “Mi ciencia perderá mis sucesores”. Conocía su mundo. En efecto, lo perdió. Allí en donde no había más que balances de líneas, relaciones de volúmenes, equilibrios de masas, equivalencias, no vieron más que anatomía. Todos los inventos de Miguel Ángel se redujeron para ellos a un trabajo de “poner a punto”. Al contrario, los artistas modernos buscaron despejar las apariencias, lo esencial de las grandes obras del pasado.

Al lado de las esculturas de Curatella, una “construcción” en cerámica de Edelstein al que no le faltó interés, tanto como se la puede juzgar en el rincón de sombra en el que los acomodadores inconscientes osaron relegarla. Una presentación en estas condiciones es inadmisible. Un poco más lejos, los retratos de Mujica Láinez y de Basaldúa para Fioravanti nos enseñan que al talento bien conocido de este escultor podemos agregar el de psicólogo. En frente, una bella piedra de Badií, inscripta en dos ritmos circulares, es una mezcla armoniosa de abstracción y de realismo, estética característica de este artista. Hay además una Figura de Macchi, cuya línea es delicada y los planos bien entremezclados.


(Sigue)


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