GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

29 de Enero de 1957

REFLEXIONES SOBRE EL PREMIO DE PINTURA HELENA RUBINSTEIN

Por Germaine Derbecq


Reflexiones sobre el Premio de Pintura Helena Rubinstein


El premio de cuarenta mil pesos ofrecidos por la Sra. Helena Rubinstein, gran sacerdotisa de la belleza femenina internacional, para adquirir una pintura argentina contemporánea fue indiscutiblemente un evento que cerró brillantemente la temporada de las exposiciones.

Se llevó este premio Héctor Basaldúa.

Mejor que comentar el resultado del concurso que, como todos los concursos, satisfizo sobre todo a los galardonados —los participantes: Badi, Butler, Soldi, Torres Agüero, que podían todos aspirar al premio, Ideal Sánchez y Sarah Grilo particularmente—, retengamos el gesto de la donadora, que no es muy frecuente en nuestros medios.

No faltaron los que insinuaron que este generoso gesto no era más que una forma elegante de publicidad. Punto de vista falaz si pensamos cuán poco numerosas son las mujeres que se interesan en la pintura, comparadas a las que podrían haber sido alertadas por medios más acordes a su alcance.

Muchos ignoran u olvidan sin dudas que la Sra. Helena Rubinstein es una aficionada del arte muy avezada. Todos los países conocen su generosidad para con las artes y los artistas y su olfato de coleccionista. Muchas son las formas que puede tomar su eterno deseo para agrandar o completar sus colecciones. No solamente ayudó en obras culturales, pero imaginó los medios más propicios para alentar, para estimular, sin olvidarse de los jóvenes o de los desconocidos. Esto le valió interesantes descubrimientos.

Que haya comenzado su colección con un cuadro de Picasso, hace ya largo tiempo, no es poco significativo, al igual que el hecho de haber reunido hermosas piezas de arte negro en una época en la que sus esculturas estaban consideradas como fetiches. Sin olvidar tampoco los cuadros de Juan Gris, adquiridos cuando este gran pintor era solo apreciado por algunos amigos.

Enumerar todos los logros artísticos o detallar todas las colecciones de esta mujer excepcional no son el objetivo que me propongo, sino, sobre todo frente al premio que ofrece a un artista argentino, poner el acento sobre el mecenazgo en nuestra época.

No fiándome en las fábulas o en las leyendas, es a ella misma a quien le pregunté cuáles eran las formas más habituales que tomaba su generosidad. “No hago nada de extraordinario —me dijo ella—. Sabemos bien que en América los poderosos del acero o del petróleo, los reyes de la industria, las sociedades célebres arman colecciones que pueden rivalizar con las de los grandes museos y distribuyen sumas algunas veces fabulosas, aunque sabemos mucho menos que una gran cantidad de mujeres, desde que pueden, compran cuadros, y que muchas han reunido obras muy importantes”. Esto me trae a la memoria el caso de Catherine Dreyer, una mujer particularmente visionaria, que supo no solamente hacerse de una colección personal de valor, pero incluso, y es por eso que es conocida, fundó una sociedad con Man Ray y con Duchamp Villon para adquirir cuadros, la mayoría de tendencia abstracta, de los cuales algunos eran rarísimos y datan de 1910. Es fácil comprender, e inútil insistir, el rol que pudo tener una colección similar que se transformó en una exposición itinerante.

Este interés general por las artes, alentado por el Estado, bajo la forma de eximición del pago de impuesto, no se encuentra en nuestras tradiciones.

Se dice que en un país el arte viene siempre en el último lugar cuando las riquezas ya están constituidas. Hace mucho tiempo que estas épocas llegaron. Una república vecina nos da el ejemplo, ¿nos vamos a dejar adelantar?

Todo el mundo sabe que el Museo de Bellas Artes no es digno de Buenos Aires ni de Argentina. Lo que no sabemos tal vez es que las donaciones en especies y en efectivo no confluyen en el Museo de Arte Moderno, que está en formación, que un Museo de Arte Comparado es indispensable aquí y, sin embargo, no es cuestión de organizar uno —los moldes comprados en Francia para este fin hace más de treinta años se perdieron, se rompieron, diseminados, jamás utilizados como era debido—, que las bibliotecas son insuficientes, que las escuelas de Bellas Aires, de las cuales muchos alumnos reclaman con justa razón la reorganización, deberían ser remplazadas por organismos enteramente nuevos, y que hacen falta salas de exposición —las del antiguo Palais de Glace, incluso insuficientes, están ocupadas por servicios de televisión—. Hay mucho para hacer, el Estado no sería suficiente. Si miramos lo que pasa afuera, no dudamos más un solo instante que son iniciativas privadas, grandes empresas que pueden enriquecer los museos, ayudar a los artistas a multiplicar las obras culturales y artísticas. Sería necesario sacudir las indolencias, despertar las buenas voluntades, no es nunca demasiado tarde para comenzar. Se trata ahora de responder al inmenso esfuerzo que aportaron los artistas argentinos que desde hace algunos años se situaron entre los muy talentosos en el mundo entero y algunos incluso un poco más. Y no ignorar los indicios de descontento que se hacen día a día: muchas partidas y exilios voluntarios por parte de artistas talentosos.

Si el gesto de la Sra. Helena Rubinstein pudiera dejar reflexionando a los que como ella han sabido crear industrias prósperas, tal vez incitarlos a seguir su ejemplo, el Premio de Pintura que ofreció sería sin ninguna duda un evento inolvidable para los argentinos.


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