GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

4 de Junio de 1957

HOMENAJE A LARRAÑAGA EN WITCOMB | BADIÍ EN BONINO | FORTE Y LAURENS EN SOCIEDAD DE ARTISTAS PLÁSTICOS

Por Germaine Derbecq


En Witcomb: Homenaje póstumo a Larrañaga


En Bonino: El escultor Badií presenta retratos geométricos expresionistas


En la Sociedad de Artistas Plásticos: Forte y Laurens


No buscando en la obra de Larrañaga lo que nunca quiso poner, ni considerando sus pinturas más que en el plano en el cual se mantuvo honorablemente, el de un buen artesano del pincel, del buen artista pintor que posee una auténtica veta pictórica y capaz de comunicar su emotividad, no podremos negarle a Larrañaga el talento que le dará un lugar al lado de los promotores de la renovación de la pintura argentina de los años 1930 a 1935 aproximadamente.

En esta exposición, que comprende más de ochenta cuadros, para empezar, notamos la influencia de Fader, su primer maestro: paisajes con un impresionismo que consiste en cambiar de visión pasando de esta manera al lado del verdadero significado del impresionismo. En Madrid, esta paleta se oscureció. Sus pinturas son entonces secas enumeraciones de elementos tomados de la naturaleza agrupados en composiciones frondosas. Luego, de a poco, el artista comienza a saber eliminar lo que es inútil, a guardar lo que es parte de un lenguaje claro y expresivo. En ese momento, la influencia de Quirós, su segundo maestro, es evidente. Pronto las ejecuciones españolas le hacen lugar a un oficio cada vez más franco y de colores fuertes en donde encontramos —¿por qué medios desordenados, por qué intercambios, por qué reminiscencias? — un naturalismo proveniente de un cierto academicismo que surgió en París luego de la guerra de 1914. En Montparnasse, jóvenes pintores, simpatizantes del fauvismo y del cubismo, pero siempre muy apegados a la tradición, Othon Friese y André Lhote por un lado, Serusier y Maurice Denis por el otro, los primeros se identifican con Cézanne, los segundos con Gauguin, y nuevamente Darain ferviente admirador de los cuadros de museo, fueron responsables de ese modo pictórico que, con el nombre de Escuela de París —a decir verdad, es una tendencia más que una escuela—, tuvo pronto adeptos en el mundo entero. Las paredes de los Salones de Otoño, de los Independientes y de Tuilleries rebosaban de estas pinturas. No era más que un nuevo academicismo que se llamó “de izquierda”, que en resumidas cuentas valía más que el otro. Ciertos cuadros de Larrañaga poseían todas las características de esta tendencia a pesar de los siete años pasados en España. Es cierto que encontramos en las grandes composiciones —las menos interesantes— una falsa interpretación de la manera de pintar del Greco en las pañerías sobrecargada de modulaciones rebuscadas. Encontramos igualmente el tema del torero. El torero herido es un cuadro que supera el mero oficio, que merece que se destaque del conjunto. Pero hay también temas de payasos que fue muy bien ilustrado por los pintores franceses y que, en Argentina, Thibon de Libian había retomado con talento.

Como Kisling y algunos otros, Larrañaga habría podido decir lo siguiente: “Mi ideal, pintar bien, ideas no tengo”. Sin embargo, no le faltaban inquietudes, no se instaló en una fórmula, buscó siempre mejorar. Lamentablemente, su campo de acción era bastante limitado, por lo que solo pudo suavizar su oficio, hacer “sonar” los colores al máximo, modular más ricamente las tonalidades. Es el típico artista del sensualismo pictórico. Su gran mérito es el de haber sido franco.


Badií es sin dudas el más intrépido de los escultores argentinos de su generación, de los que vinieron de la figuración.

Habiendo rechazado la expresión naturalista que siempre lo atrajo fuertemente, porque sus convicciones plásticas no encontraban un punto de conciliación con esta, entrevemos a menudo en sus obras más austeras cómo podría volver un día a una figuración regenerada, limpia… por el momento, nos propone retratos, con un impresionismo geométrico, que parecen venir del mismo lugar que los imaginados, hace unos cincuenta años por Brancusi y Duchamp-Villon. Obras que eran verdaderas “recreaciones” e incluso abstracciones. Badií aporta su prolijidad, su imaginación, una interpretación psicológica de las formas geométricas. Terreno lleno de atractivos, pero muy resbaloso. Brancusi evitó los peligros justo a tiempo. Nos propone también una búsqueda arquitectónica, piramidal, llamada La madre, que no falta de grandeza.

Badií puede unir la delicadeza con la rudeza, la ciencia con la intuición. Tuvo el coraje de sacrificar un talento amable y un oficio capaz, persevera en las experiencias llenas de obstáculos, y son estas las pruebas de vitalidad y de lucidez, cualidades no muy comunes que permiten augurar lo mejor para este escultor de indiscutible talento.


Aceptar lo que la razón no acepta, pero lo que la intuición plástica impone, es a menudo la manera de obtener la genialidad.

Forte y Laurens son pintores que demostraron una constancia en la búsqueda de digna admiración ya que no fueron recompensados como se lo merecían. Forte experimenta una idea después de la otra, sin estar jamás satisfecho. Un concepto o un cuadro tradicional podrían paralizarlo. En cuanto a Laurens, después de años de pacientes trabajos, logró introducir un espacio en sus cuadros y de pronto se transformaron.

Estos dos pintores se encuentran en el punto en el que hay que meditar largo tiempo las técnicas de los grandes pintores e incluso las de los niños.


Le Quotidien