GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

2 de Julio de 1957

“EL ARTE MODERNO EN BRASIL” EN EL MUSEO DE BELLAS ARTES

Por Germaine Derbecq


“El arte moderno en Brasil” en el Museo de Bellas Artes


Con la exposición “El arte moderno en Brasil” el Museo de Bellas Artes reabre sus puertas. Esta exposición es muy importante, no solamente por el número de obras expuestas—269 exactamente—, pero por la calidad de estas, si tenemos en cuenta que el arte moderno en Brasil es muy joven. Los veteranos se formaron en gran parte en París, hacia 1925, y los artistas abstractos, desde hace apenas unos diez años.


“Civilización de un país tropical” será el slogan que caracterizará Brasil en la próxima Exposición Internacional de Bruselas. La síntesis impactante de este slogan expresa muy bien las aspiraciones de esta joven república sudamericana. ¿No demostró ya su voluntad de ser un país civilizado y esto con toda la grandeza del término, ya que le brinda al arte un lugar preponderante? Y esto no fue solamente teniendo las miradas decididamente apuntando hacia el futuro, sin compromisos con el pasado, con el impulso de una joven vida que espera todo del porvenir. La Bienal, el Museo de San Pablo y el Museo de Río de Janeiro son un conjunto de logros arquitectónicos impresionantes. Admirarlos provoca inmediatamente esta respuesta: “Con el dinero se puede hacer todo”. Excusa muy ingenua y poco exacta. El dinero generalmente no sirva para elevar a los individuos, les sirve para sus pasiones mas miserables, o más vulgares. En Brasil, el dinero sirvió para la cultura. Será para este país un gran título de gloria garantizada para el futuro. Poner su confianza en las fuerzas espirituales, apostar a ellas, es una gran sabiduría.

La exposición comprende tres salas principales: la de los figurativos, las de los abstractos y la de los primitivos realistas; y otras dos salas de dibujo y de grabados.

Pintores y escultores, notamos, tienen sus miradas decididamente apuntando hacia el futuro, cosa que se les podía decir ya hace unos treinta años a dos artistas brasileños que se formaron en París y que fueron muy reconocidos: Tarsila do Amaral, que casi enseguida trabajo con Léger, y el escultor Brecheret, que se orientó muy rápido hacia las formas cercanas a la abstracción. Tanto uno como el otro tienen obras en esta exposición. Los cuadros de Tarsila de la época de Léger producen la impresión de ser obras cuasi clásicas. No es sorprendente, ella los ejecutó con una convicción y un fervor juvenil, utilizando solamente los principios brindados por el excepcional maestro que fue Léger, cuando otros tomaban solamente su manera de trabajar. Tarsila pudo de esta manera seguir el orden de su propia naturaleza.

Hay en los artistas brasileños una calidez de corazón que es netamente distinguible en muchas de sus obras. Portinari es el prototipo de esta calidad mayor. Este artista, considerado como el gran maestro brasileño es de los que uno adora o detesta. A veces quiere expresar lo que ya no es del ámbito de la pintura, pero sin caer en la literatura. Se lo ha comparado imprudentemente con Picasso, sin duda porque diez cuadros suyos muestran diez actitudes diferentes —único punto en común de estos dos artistas— ya que Picasso es un técnico perfecto, lo que no se dirá de Portinari. Sus recursos plásticos son a veces bastante torpes, tampoco abrió ninguna puerta que tenga un significado nuevo para la plástica. Sin embargo, un cuadro de Portinari no los va a dejar indiferentes.

Di Calvacanti no va a sorprender a los que conocen la Escuela de París. El oficio es sensible y las tonalidades discretas de Lazar Segall se insinúan firmemente, por sus cualidades pictóricas apreciables. Guignard podría haber mandado solamente su encantador paisaje nocturno muy primario llamado La noche de San Juan, sus retratos son fáciles. Podemos también señalar tres retratos expresionistas de Carvalho con un color agresivo y una realización muy suelta.

Entre los escultores figurativos, Bruno Giorgi es de los que se puede esperar mucho. Por medio de arabescos de volúmenes que se entrelazan con una conciencia muy clara de las necesidades de la plástica escultural, obtiene equivalencias de formas naturalistas. Encontramos también a Felicia Lerner y a Zelia Salgado. Esta artista, por un lado, deforma sus desnudos, los reduce casi a estructuras, como si la luz hubiera absorbido los contornos, como si estos tuvieran demasiada materia, y por otro lado, sus “experiencias sobre el óvalo” pueden hacernos pensar que conoció a Zadkine. Y Sergio de Camargo, un joven escultor, que podrá sorprendernos también, presenta dos volúmenes geométricos, uno de bronce, otro de mármol, en los que buscó introducir situaciones plásticas particulares.

En la sala de los abstractos, un muy buen constructor: Franz Weissman. Si hubiera enviado solamente una construcción de hilos de acero, la de los cubos, sabríamos que es un auténtico escultor. Entre las pinturas, Ivan Serpo presentó unas aguadas sorprendentes, con una calidad poco vista y una técnica muy interesante. Es un artista del que quisiéramos conocer su obra entera. Antonio Bandeira es más espectacular. Con sus garabatos, sus manchas y sus escrituras cuneiformes impone lo que quiere decir con autoridad, casi demasiado hábilmente. En cuanto a Cicero Días, el diplomático brasilero parisino, no está muy bien presentado. Hay composiciones de Vincent Ibberson, bellas búsquedas de ritmos de colores, las composiciones de Raymundo Nogueria, de María Leontina, de Sandon Fexor.

En el conjunto, la sala de los primitivos realistas es de buena calidad. La exuberancia de la naturaleza, el exotismo de Brasil debe favorecer la eclosión de estos talentos primarios y realistas. Entre ellos, notamos a José Antonio de Silva, Elisa de Silveira, Prazeres, Djanira Motta y Campos Lemos.

Entre los dibujos, los de Lothar Charouz, y entre los grabados, Arthur Luiz Piza, Marcelo Grassmann, Edith Behring y Portinari.

Estemos agradecidos con los organizadores de esta exposición. Gracias a ellos, la Argentina conoce el estado actual del arte moderno de Brasil, pero sobre todo gracias a esta manifestación podemos demostrarles a algunos que hay que saber mostrar las obras, multiplicar las exposiciones en el extranjero, con todas las garantías de una buena organización. Estos intercambios son tan necesarios para la vida espiritual como el pan de cada día si queremos, como Brasil, ser un país civilizado. Lo que no hay que confundir con un país modernizado.


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