GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

30 de Julio de 1957

LAS EXPOSICIONES: PAPARELLA EN ANTIGONA | MARTINS EN BONINO | ANITA PAYRO Y AEBI | MORAÑA EN SOCIEDAD HEBRAICA

Por Germaine Derbecq


Las exposiciones


En Antígona: Paparella. Esculturas monolíticas y grafismos imaginarios.


En Bonino: Aldemir Martins. Artista nativo de Brasil que obtuvo el Gran Premio Internacional de Dibujo en la última Bienal de Venecia.


En la Galería V, en Galatea: Anita Payro y Aebi. Pinturas abstractas.


En la Sociedad Hebraica: Moraña. Un expresionismo.


Las esculturas y los grafismos de Paparella no parecen ser del mismo autor. No hay ninguna identidad estética entre las dos expresiones que presenta. A lo sumo un deseo de búsqueda esencial, el del volumen para las esculturas, el de la superficie para los dibujos, expresándolo de la manera más primitiva: el menhir y el grafito.

Estas esculturas hacen pensar en grandes piedras planas a las cuales el pulgar de un gigante, que sería plástico, hubiera impreso un movimiento giratorio, un encadenamiento de planos engendrándose insensiblemente en las tres dimensiones, permitiéndole a la luz hacer estallar las formas cuando el material es pulido o, al contrario, acariciarlas, fundirse en una dulce penumbra cuando el material se encuentra como erosionado por el tiempo. Sin ninguna duda, Paparella admira a Arp, el primer escultor moderno que creó tales formas y las llevó muy lejos.

En cuanto a los grafismos blancos sobre fondo negro —especie de grafitis— las transparencias engendran blancos y grises delicados. Son tramas arácnidas, encajes extraños, puntos de Venecia tejido de maravillas, alucinaciones visuales decorativas. Podríamos unir estos grafismos con expresiones del Arte Bruto —el practicado sin cultura artística, reinventado partiendo del impulso propio—con la diferencia de que Paparella posee una cultura artística alimentadas de tradiciones italianas, es decir, la más cultural que existe.


Aldemir Martins, dibujante brasileño talentoso, no perdió el primitivismo racial. Al contacto con el arte moderno, este instinto primordial se confunde a veces en un preciosismo pintoresco y una estilización decorativa.

El sabor particular de sus obras reside en la necesidad ancestral de las líneas claras: rectas, curvas, ángulos, toda una geometría tranquilizadora. Al mismo tiempo, siente la necesidad de dar un peso, una densidad a sus dibujos. Para esto, emplea los trazos paralelos muy próximos —un oficio tomado del grabado— para obtener valores de intensidades diferentes, entrecruza las líneas, pero siempre en el interior de las formas, sin jamás hacer participar el fondo. Proceso que constituye no solamente un material, pero incluso una estructura como en el dibujo llamado El gato negro, el mejor logro plástico de la exposición.


Anita Payro persigue desde hace varios años una búsqueda que parecer ser esencial para ella: compartimentar en relaciones armoniosas y con formas coloreadas bien registradas la superficie de sus telas. Esta vez procedió a menudo en planos superpuestos. Recurso enriquecedor por los efectos de transparencias, ya que el valor reforzado o atenuado sin sobreagregados, por lo tanto sin romper el equilibrio de la composición, establecen un juego más vivo de las proporciones.

Hay en todos sus cuadros excelentes intenciones, logros, agradables armonías, pero también una moderación, una adhesión completa a un método de trabajo bien definido. Sin embargo, en pintura, más que para cualquier otra cosa, el método, por más bueno que sea, pueda resultar ser un obstáculo. Anita Payro debería ahora salirse de la escuela.

Aebi expuso hace algunos años con el grupo de “Artistas Modernos” cuadros en los que se notaba una abundancia de formas florales, animales, payasos, testimoniando una hermosa imaginación y una vitalidad prometedora. En esta exposición, volvió a formas más convencionales del arte abstracto en las que no se encuentra la misma inspiración. Sin embargo, en algunos de sus nuevos cuadros se multiplican las formas y los colores, se registra el color negro que invade. Encontramos a veces la necesidad de contrastes, de virulencia, de exuberancia, pero viciada. Este suizo que probó que se puede expresar como un nativo de los trópicos, ¿se estaría equivocando sobre su verdadera personalidad?

Es posible creerlo al mirar el grabado del folleto que envió para invitar a su inauguración, que es la mejor obra de su exposición. Tal vez porque se había liberado del pensamiento del cuadro y que no había visto más que un juego en el que estaba él mismo. Hay aquí material para reflexionar, ya que, si se liberó de la idea del cuadro, no se liberó de la disciplina para hacerlo, bien por el contrario, ya que son estos tres elementos: un contraste de valor, un negro y un blanco; un contraste de colores complementarios, un rojo y un verde; y finalmente un ritmo horizontal que logró que sea una obra plástica, poética y evocadora al mismo tiempo.


Moraña es un pintor de savia fuerte. No se ve bien todavía como va a utilizarla, ya que, si hasta aquí logro sus cuadros con la impulsividad de un instinto bastante seguro de él mismo, expresándose por lo colores que “suenan” fuerte y por un dibujo que quisiera ser expresivo, sus nuevas pinturas dan la impresión de que busca orientarse. Para estos pintores, el orden y la mesura no les sirven de nada, es necesario que encuentren la mesura en sus hogares, ya que se basan casi exclusivamente sobre un yo creador con el que se cruzan inconscientemente.

Su sentido para las manchas de colores podría ser para él una vía hacia el futuro. Le haría falta para esto sacrificar las formas, pero si insiste en guardar las formas, debería entonces sacrificar el color. Moraña no parece aún listo para las grandes decisiones.

Que esté atento a sus intuiciones estéticas y al mismo tiempo que encuentre la técnica más propia para expresarlas es la mayor voluntad que le podemos desear.


Le Quotidien