GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

3 de Septiembre de 1957

DIEZ AÑOS DE PINTURA ITALIANA EN EL MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES

Por Germaine Derbecq


Diez años de pintura italiana en el Museo Nacional de Bellas Artes


Exposición circulante por América del Sur, organizada por la Bienal de Venecia


Desde hacía mucho tiempo que no veíamos en Buenos Aires una exposición de pinturas que suscitó reacciones tan vivaces, intereses tan apasionados. Los día de afluencia, los grupos se forman, discuten, cada uno dice sus palabras, se escucha ávidamente a los oradores benévolos, profesores improvisados, algunas quejas se elevan a veces, pero sobre un tono mesurado, ya que lo que se quiere principalmente es comprender, comprender…


Otros visitantes desconcertados por encontrar arte italiano tan alejado de lo que se esperaban encontrar, se sorprenden que una elección tan arbitraria sea lo único que se presenta, ya que, finalmente, dicen, hubo de todas maneras otro tipo de pinturas estos últimos años en Italia.

Algunos jóvenes artistas argentinos, de entre los abstractos más rigurosos, esperaban ellos también, y por otras razones, otra cosa. Estas pinturas italianas son, para la mayoría, el epígono del futurismo, véase de un impresionismo actualizado según la moda, un neo cubismo.

Una señora mayor, distinguida, parecía muy agitada. Sin poder dejar de contenerse, fue necesario que comunique sus impresiones a un desconocido que se encontraba a su lado: “¿No cree usted, señor —dice ella—, que nuestro Fader vale mucho más que estas pinturas?”. No tuvo suerte. El señor mayor a quien ella se dirigía era un fanático modernista de la especie sentimental sin conocimientos demasiado precisos. Le respondió: “Pero señora, Fader hay miles en Europa, mientras que de estos —y de un gesto largo mostró un cuadro brillante—, no”. “¡Miles —retomó aterrada la señora mayor—, no es posible!”.

La reflexión de la señora mayor no era totalmente desacertada. Desde un cierto punto de vista, estas pinturas italianas no están tan lejos de Fader: manchas agradables, brillantes, cromatismos hábiles, pinturas deliciosas, un retroceso. Es retomar una pintura, placer sensual, el color y sus encantos. Ya que finalmente el impresionismo no es esto. La transformación que trajo el impresionismo no estaba en el oficio nuevo, en la paleta nueva, pero en la visión, en la lealtad de esta visión. En la toma de consciencia de la relatividad de la forma y del color de las cosas y del espacio, como no se había hecho antes jamás en esta totalidad hasta ahora. Consecuencias incalculables para la pintura. En ese sentido, aunque no parezca, los cubistas son continuadores del espíritu impresionista. El artista se sustituye a la luz, como destructor, modificador, creador. La pintura es un proceso mental, dijo Leonardo. Los artistas italianos deberían saberlo mejor que nadie. Los futuristas hicieron en Italia lo que los cubistas habían hecho en Francia, con un punto de vista diferente —menos rico en lo que respecta las consecuencias plásticas—, basado en el dinamismo proveniente del movimiento divisionista, puntillistas de final de siglo, influenciado por el neo impresionismo de Seurat. Ese fue el único momento en el que la Italia de los tiempos modernos generó obras maestras. Un poco más tarde, las pinturas “metafísicas” de Chirico, intensamente poéticas, le dieron el impulso al surrealismo. Algunos italianos lo siguieron, pero no duraron demasiado tiempo, casi todos sus artistas fueron hacia expresiones más planas.

La mayoría de esos pintores abstractos italianos retomaron a partir de la observación de la naturaleza a la manera de Mannessier, de Bazaine, en Francia, utilizando pinceladas largas, llegando hasta el tachage.

Es a estas expresiones que se les dio un lugar importante en esta exposición. Como el oficio es rey, trabajado, cultivado, buscado, nuevamente un nuevo objetivo en sí mismo y, como todos los artistas tienen talento, se los deja avanzar en todos sus impulsos.

Es una pena que solo haya una forma de abstracción y que estén ausentes ciertos artistas como Magnelli, Saverini, Soldati, por solo citarlos a ellos.

En esta exposición, el único abstracto, digamos geometrizante, para diferenciarlo, es Reggiani. Lejos de ser satisfactorio, sus construcciones son frías y a menudo mal presentadas. Como abstracto aún —si se puede decir eso—, dos cuadros de Virgilio Guidi. Si bien son experiencias de espacialidad y de vibración, con un tono que se proponía, no expresa nada de todo esto, sus cuadros no aportan más que un equívoco más.

Luego, todo el resto son tachages. Los mejores cuadros de esta tendencia, las de Alfro, artista delicado en sus colores, refinado en sus grafismos; sin embargo, André Beaudin, hace treinta años, hizo mejor. Antonio Corpora propone un fauvismo renovado y corregido, “con temperamento”, como se solía decir. Romato Briolli se confía demasiado a su talento, las manchas alimentadas de modulaciones son a menudo agradables en sus composiciones desequilibradas. Esto podría convertirse en cualquier cosa si no se contentara tan fácilmente. Santomaso encuentra las relaciones entre las formas y los colores a partir de observaciones en la naturaleza, pero el color negro le juega una mala pasada hasta agujerear el cuadro. Vedova diría sin dudas, como camaradas de la misma tendencia, que “la pintura es una manifestación de la vida”, que es un “festival de colores”, una representación imaginada. Es rutilante, fascinante, cansador, el espíritu no tiene su castigo, pero nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, ¿no son acaso mundos imaginarios? De Morlotti, costras de colores, bastante tristes, los restos de una paleta son a menudo más lindos. Últimas expresiones del “trapo sucio” y de las “pinturas grasas y deliciosas”. Mattia Moreni también se inspira visiblemente de la naturaleza, de la que percibe grandes formas románticas: Lurçat, un poco viril. Pauletti utiliza el tema de los barcos que junta en gamas pesadas cuando de él hay otros cuadros luminosos. Entre los figurativos abstractos, Cassinari es por lejos un maestro. Si la pintura no es más que un cromatismo exasperado, aparte de un buen oficio, entonces es un maestro.

Entre los veteranos, la sala más pequeña y los cuadros de dimensiones más modestas pueden hacer creer que son menos numerosos, pero no es así. El que se impone porque tiene más fantasía, mas amabilidad, es Campigli. Desde hace treinta años pasea sobre todos los cimacios del mundo su pequeño universo encantado reducidos a una sola silueta, un solo rostro. Deliberadamente instalado en su oficio “etrusco”, todo su oficio consiste en su gusto por la organización, de la composición ingenuamente geométrica. Arma también sus cuadros, los compartimenta, los superpone. Carra, que fue futuristas, debe, como Chirico, considerar sus tiempos como locuras de la juventud —¿qué queda de él? —. De Pisis, que fue “metafísico”, tenía el espíritu en ese momento, pero ahora es un pésimo virtuoso; Morandi, que hacia 1915 intentaba darles a las botellas un ritmo que las hacía aceptables, en 1957 ya las tiene bastante abandonadas. Los potes, las jarras, las botellas, son lo que son, nada más. ¿Por qué pintar durante cuarenta años? Casorati quiere decir tantas cosas al mismo tiempo, tiene tantas ideas para expresar que no siempre son plásticas y terminan aplastando la unidad. Sin embargo, se designa métodos rigurosos que les dan a sus cuadros una distinción. Tosi fue en su juventud un pintor con una pincelada violenta y colores que hoy se les podría envidiar. De experiencia en experiencia logró estos paisajes “muy finos” que se pintaban en sus tiempos, incluso mejor. Semeghini, en 1898 hubiera podido ser interesante, e incluso Cantori, cuyo dibujo es expresivo, un poco de imaginería romántica. Es una exposición que no representa diez años de la pintura italiana, pero diez años de pintura Bienal de Venecia, lo que no es lo mismo.


Le Quotidien