LE QUOTIDIEN
13 de Septiembre de 1957
LAS EXPOSICIONES: SAKAI EN PIZARRO
Por Germaine Derbecq
Las Exposiciones
En Pizarro: Sakai, una caligrafía pictórica brillante
Incluso sin jugar a los profetas, podíamos prever el año pasado la evolución presente de Sakai, admitiendo también que se le acuerde un cierto estado de gracia.
No se le había escapado que las caligrafías muy orientales, negras sobre fondos rojo o azules, que había expuesto, si bien eran muy expresivas, no podían desarrollarse con una ascesis —como lo intentaron varios artistas—. Sin embargo, no eran esas sus intenciones, sino más bien un deseo de enriquecerse más agregando en lugar de suprimir. Alimentar el fondo era la solución más lógica. Para lograrlo, utilizó un oficio que, manejando con inteligencia los conocimientos plásticos y la estética, es siempre eficaz: el del grabado en colores. Para el pintor, las planchas sucesivas del grabado son las superposiciones no solamente del color, sino de la materia. Sobre un fondo unificado o ya recubierto de varias tonalidades se agrega una segunda capa de salpicaduras, de manchas, luego una tercera de grafismos más espesos, luego una cuarta de pintura; todo conscientemente dosificado hábilmente manejado, puede sugerir profundidades y espacio y sobre un plano poético, evocar visiones misteriosas, lo que Sakai logró. Por supuesto, el resultado no depende únicamente del proceso, es razonable comprender que no es natural.
Sakai estaba autorizado para intentar esta experiencia ya que sus cualidades personales se unen a las de su raza: un sentido artístico muy seguro, un refinamiento sin cursilerías, el gusto sin materiales suntuosos. Finalmente, estaba más apto que cualquier otro a manipular la caligrafía japonesa, caligrafía en la que podemos apreciar la plasticidad y el poder emocional, sin saber si otros significados se agregan.
Tenemos hoy sobre las paredes del mundo un frenesí de tachisme y de todas las libertades pictóricas que nos cargamos en la espalda del subconsciente. Al lado de la corriente de la caligrafía oriental, se encuentra la del grafiti, dibujados o grabados, cuyas superposiciones tienen a veces una extraordinaria belleza en el material y en la expresión. Sobre la pared agrietada, manchada, deteriorada, formando fondos muy pictóricos —los cuales, a mi conocimiento, en nuestros tiempo, no los utilizamos todavía, como lo han hecho los artistas chinos, persas y otros, cuando pintaban montañas antropomorfas y una naturaleza zoomorfa—, de los grafitis se desprenden capas de la misma manera que lo intentaron sobres sus lienzos los artistas modernos alertados por el poder de expresión y de comunicación, la tensión extrema, la belleza casi orgánica de la materia. El valor de estas nuevas pinturas se encuentra en el acto puro, se trata de encontrar un estado de libertad de las convenciones. Por supuesto que no es fácil, esto exige, incluso de los artistas, una preparación y cualidades humanas e intelectuales excepcionales para no caer en los garabatos.
Las nuevas pinturas de Sakai no son entonces insólitas. Tienen sus raíces no solamente en la caligrafía oriental, pero también en las experiencias plásticas actuales; acordémonos del lirismo de Hartung. Podríamos decir que esta exposición representa el segundo acto de una situación plástica que se desarrolla lógicamente, que tiene que llegar normalmente a un tercer acto en el que los negros serían —¿quién lo sabe? — más discretos y en los que se plantearían problemas más sutiles. A menos que Sakai decida vender su alma al diablo —a la pintura automática—, lo que no estaría exactamente en la línea de su naturaleza voluntaria y de su inteligencia plástica lúcida.