GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

15 de Noviembre de 1957

LA ESCULTURA EN EL JARDÍN BOTÁNICO: JULES GERO Y NOEMÍ GERNSTEIN

Por Germaine Derbecq


La escultura en el Jardín Botánico: Jules Gero y Noemí Gernstein


Los escultores que exponen en el Jardín Botánico se empeñan en presentar obras que, a menudo, no están hechas para el aire libre. Ya sea por sus dimensiones reducidas, o porque sus colores se confunden, o porque los planos o lo volúmenes no reaccionan ante la luz. Los juegos de sombras y los rayos del sol a través de las ramas, los grandes espacios, los puntos de vistas múltiples, lo que rodea las plantas son una dura prueba para las esculturas. Algunos artistas buscaron lugares más íntimos, lamentablemente, sin obtener un verdadero logro. La mayoría de las veces se desprende de estas exposiciones una impresión de bazar y baratijas de lo más penoso: los sócalos parecidos a los de las galerías, las obras apretadas unas contra otras, a veces presentadas directamente en el suelo; todo contribuye a dar un aspecto dispar.

Lo que sorprende en las obras de Gero es una propensión al efecto ornamental, que de alguna manera se explica ya que este artista es decorador. Sobresale cuando transforma los comercios, o los interiores, esforzándose por unir de la mejor manera la arquitectura, la escultura, la cerámica, incluso la pintura, para crear ambientes nuevos, de nuestra época. Empleando sus conocimientos arquitectónicos y esculturales, realizó en Buenos Aires estos conjuntos que muestran sus conocimientos y su talento.

Pero es muy diferentes realizar esculturas destinadas a fines precisos, sometidos a todo tipo de contrariedades y a otros desintereses, libres de toda sugerencia ajena al arte puro. Es entonces bajo este ángulo decorativo que hay que ver las obras de Gero. De esta manera se explica que las buenas intenciones para la composición, conocimientos plásticos certeros, se detienen como a mitad de camino, que los volúmenes se aplastan, que las ideas que habrían podido ser buenas se transforman en banales.

Las esculturas de Gero son casi siempre de metal. Algunas, recortadas, articuladas, geométricas, se inspiran en las construcciones de arte concreto, pero sin llegar a su rigor ni a su fantasía, otras, cercanas a la herrería de un oficio rudimentario, se lleva bien con su rusticidad de un barroquismo que recuerda formas animales o vegetales extrañas, incluso diabólicas. Sin ninguna duda, es con estas esculturas, con un poder de expresión real y auténtico que reside el interés de las obras de Gero.

En cuanto a Noemí Gernstein, ella nos había acostumbrado a desarrollar un tema, un tema al que le tenía mucho cariño —fue durante mucho tiempo el de la maternidad—. Al mismo tiempo, lo consideraba bajo todos los aspectos plásticos, buscaba las posibilidades de expresión a través de los espacios vacíos, de los arabescos y sus relaciones. Estas búsquedas habían llamado la atención por su talento de escultora.

Desde hace un cierto tiempo, en rebelión contra esta aplicación, reaccionó violentamente. A esta constancia, a este método, le sucedió una inconstancia caracterizada por una necesidad de lanzar toda su plasticidad por la borda, vivir su vida de escultora, sin contrariedades y sin preocuparse de otra cosa más que de tomar las formas que le gustan, que recoge a diestra y siniestras, y de las cuales se ampara para jugar con ellas, las transforma a su manera, con su buen gusto y su elegancia natural, sin otra rigurosidad que la de su placer.

Es de esta manera que después de su exposición en la Galería Bonino, Gernstein presenta en el Jardín Botánico unas diez esculturas de las cuales la mayoría aparentan formas modern style, un estilo gótico resplandeciente, un romanticismo siempre registrado bastante rápido, sin detenerse en pensarlas durante demasiado tiempo, o penetrar en el sentido profundo. Una especie de escultura impulsiva disfrazada de oficio preciso.

Es probable que Gernstein necesita este pasaje tumultuoso para afirmar una independencia no solamente en relación con los otros, pero sobre todo con ella misma, para liberarse de ciertos escollos de los cuales le costaba desprenderse. Es que es cierto que el verdadero temperamento de Gernstein es el de una línea plástica más severa. Nadie duda que regresará un día.


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