LE QUOTIDIEN
BASALDÚA EN BONINO
Por Germaine Derbecq
Las Exposiciones
Basaldúa en Bonino
En el mejor de los casos, se les presentan dos posibilidades a los artistas: la virtuosidad para aquellos que se abandonan a su talento y se dejan llevar por un oficio —el caso más frecuente—, o la comprensión de la necesidad de despejar el lenguaje técnico que expresa la estética, incluso la más imprecisa —para los que saben que aquí se encuentra el pilar de toda gran obra.
Elegir entre esas dos actitudes sería fácil si no reinara la confusión en el momento de asignar un lugar exacto al oficio, a la técnica y a la estética.
Es sabido que Basaldúa se identifica con Cézanne, aunque no es difícil darse cuenta de ello si se observa cuando se apropia de ciertos recursos pictóricos, como por ejemplo al componer sus cuadros según las propiedades que tienen los colores llamados cálidos o fríos, avanzar o retroceder y generar de esta manera una perspectiva, profundidades, y al mismo tiempo, generar que las formas se muevan —recursos puramente mecánicos, de buen oficio, que podría haber tomado de los venecianos—, o al buscar los desarrollos posibles, los descubrimientos imprevistos que podían generar indicaciones fundamentales de esta obra. Obtuvo un recurso atractivo y sin peligro al realizar esta estética naturalista que le agradaba y que hasta un cierto punto tenía algo de plasticidad, pero que, por otro lado, tomaba un camino conocido como atajo por todos los pintores que querían evitar el regreso al volumen. Los que querían ser llamados cubistas, no cayeron en esa trampa tan grotesca. Luego de haber considerado que “era necesario tratar a la naturaleza por el cono, por el cilindro y la esfera, puestos en perspectiva”, como lo preconizaba Cézanne, rechazaron los volúmenes, los descompusieron en superficies, en pilares contrastados para volver a encontrarse con el plano. Buen ejemplo de la continuación de una obra en su esencia y no en su aspecto y sus recursos pictóricos: el descubrimiento de una técnica.
Es evidente que desde hace años Basaldúa se abandona a las delicias de las expresiones de un talento suavizado y de un oficio bien adquirido. Hasta aquí, nunca pudo sobrellevar el entusiasmo de un temperamento sentimental y realista al mismo tiempo, cuya necesidad vital es elegancia y buen gusto. ¿No le dijo a León Pagano, quien lo registró en su monumental historia del arte de los argentinos, que, a su llegada a París en 1923, las pinturas de vanguardia le parecieron horribles? No eran en absoluto atractivas. Es sin dudas el motivo porque el que eligió como profesor a Charles Guerin, el pequeño maestro de las imaginerías del siglo xviii, y por la misma razón, ya que había agregado que “es fundamental la fidelidad a sí mismo”, y que fue fiel a esta línea artística toda su vida.
Reconozcamos que hubo dos circunstancias que no fueron favorables ante una seria revisión de valores —admitiendo que Basaldúa no haya jamás demostrado la necesidad—. Por un lado, su actividad como ilustrador y, por otro lado, como decorador atraído durante largos años por el Teatro Colón. Las disciplinas del decorador de teatro influenciaron en la pintura, que se resignaba a los efectos de ambientación, de lo animado e incluso de ensamblaje propio de una escena de teatro.
En esta exposición en Bonino, dos naturalezas muertas más duramente equilibras que de costumbre —una especie de homenaje a un Braque ya maduro— hacen pensar a un examen de conciencia. El futuro nos dirá si es uno de esos retornos sobre uno mismo, que no deja ninguna consecuencia, de los que tropiezan ante la primera dificultad, ante el primer sacrificio, o si son las premisas de revalorización mucho más importantes, que alcanzan la verdadera toma de consciencia.