GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

29 de Diciembre de 1953

DOS ARTISTAS FRANCESES EN HONOR DE LA SEGUNDA BIENAL DE SAN PABLO

Por Germaine Derbecq


Dos artistas franceses en honor de la segunda Bienal de San Pablo


Dos artistas franceses, el escultor Henri Laurens y el pintor Manessier, recibieron respectivamente el Gran Premio y el Premio al Mejor Pintor en el Extranjero en la Bienal de San Pablo.

Jamás un premio habrá sido mejor adjudicado que el entregado a Henri Laurens. La vida de este hombre modesto es un excelente ejemplo. Que los jóvenes apurados en llegar (llegar a qué, decía Erik Satie) mediten sobre sus enseñanzas: un trabajo constante, tenaz, una vida completamente dedicada al arte.


Es alrededor de 1911 cuando comienza a realizar collages a instancia de sus amigos cubistas. Luego amplió sus búsquedas hacia construcciones más esculturales. Estas construcciones en cartón, en tela, en madera pintada se asemejaban más a bajos o alto-relieves adosados por detrás que a estatuas concebidas desde la tercera dimensión. Sin importar lo que eran, sus investigaciones nos fascinan hoy por la ingeniosidad de sus descubrimientos y la lírica harmonía que desprenden. Hacia 1920 aparecieron los bajo-relieves en cemento realzado con color y las primeras construcciones en cemento, yeso y mármol, entre otras esos rostros sugeridos en dos planos indivisibles de las esculturas de Laurens de esa época. Luego, fueron las mujeres recostadas, en las que se podía presentir la conclusión presente. Los planos se amplificaron y se transformaron en volúmenes. Finalmente, teniendo bien dominado su oficio, poseedor en profundidad de su técnica, ofrece una serie de esculturas con volúmenes completos, sostenidos por planos interiores de una estructura precisa, lo que obliga al volumen a envolverse y desarrollarse con un efecto continuo, fuertemente sostenido por esta armadura. La luz estalla, las mediatintas se forman por sí mismas, la escultura vive.

La disciplina cubista le permitió liberarse de las ataduras de la escultura tradicional. Manipulando material tan poco dócil como el cartón, la chapa y la madera, debió limitarse a “formas-planos” marcando las variaciones por los colores, que intervienen para afirmar ciertos negros, destacar algunos contornos con líneas coloreadas o generar más brillo en una luz.

Cuando retomó la arcilla, la disciplina adquirida lo resguardó de las tentaciones que tiene este mismo material dúctil.

No deduzcamos que el Cubismo fue para él solamente una disciplina; fue eso, pero también un retorno a la fuente. Un retorno que todo artista tiene que realizar constantemente para no caer en fórmulas fáciles, cordeles que resecan el arte y le quitan su significado.

Laurens es figurativo, siempre lo fue incluso en sus indagaciones más abstractas. Una sensualidad distinguida marca sus obras, una elegancia bien francesa alineada con los grandes escultores renacentistas, y siempre un encanto lleno de gracias y espíritu son propios de su personalidad.

Nacido en París, vivió siempre en esta pequeña casa —en la que pasó la mayor parte de su vida— situada en el extremo de un pasaje, viendo pasar el ferrocarril a lo lejos, como alejado de todo, símbolo de esta vida que, sin estar aislado, estaba retirado de todo, calmo y sereno. Serenidad adquirida, ya que Laurens, como Marthe, su admirable pareja, ha sabido enfrentar la adversidad que no le fue desconocida y ha sabido dominarla con un calmo coraje y la confianza de su corazón generoso.

Cuando comenzaban los días agradables, se iban a su casa en las afueras, en l’Etang-la-ville, no muy lejos de Maillol, este otro gran escultor que Laurens apreciaba y admiraba.

Es en América del Sur que estará reservado el honor de otorgarle esta gran recompensa a un gran escultor francés contemporáneo, el mayor escultor figurativo de nuestra época.


Menessier es de otra generación, de la que ha surgido luego de la segunda guerra. Tuvo una ascensión fulgurante, asegurándose en diez años un lugar envidiable en el arte. Sus búsquedas no son figurativas, sin embargo, se defiende diciendo ser un pintor abstracto. Una observación óptica es siempre un punto de partida, la palanca que da el impulso a la obra. Esto es cierto no solamente para él, sino para toda una generación de pintores franceses que se mueven, pareciera ser, más cómodamente en las abstracciones que devienen de la observación de la naturaleza que en las especulaciones del pensamiento. Estos pintores son todavía los herederos del Impresionismo. Al estilo impresionista, desintegran la forma, y tal como lo había indicado Cézanne, la reconstruyen al organizarla, siguiendo las formas “geometrizantes”. Manessier pone los sentimientos por delante de todo, transforma el sujeto para obtener el sentimiento. Le otorga una gran importancia a la materia, que es bella y refinada, que es lo que suele pasar cuando una obra es ante todo sensorial.


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