GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

12 de Noviembre de 1971

EL ARTE PRECOLOMBINO EN BUENOS AIRES

Por Germaine Derbecq


Exposiciones: El arte precolombino en Buenos Aires


Si visitamos las tres exposiciones del Museo Nacional de Bellas Artes: Arte Precolombino y Andino —500 piezas que provienen de Ecuador, Bolivia, Colombia, Perú, Chile, compuesto en gran parte por cerámicas, algunas piezas y telas—, del Museo de Arte Moderno: Museo del Oro del Banco de la República, Bogotá —75 piezas de oro, una extraordinaria orfebrería—, y la del Museo de Arte Decorativo: El oro del Perú —800 piezas de la colección Miguel Mujica Galo, hombre de negocios de Perú—, entonces no nos queda más que soñar pensando en los tiempos milenarios que vieron nacer estas obras.

Las cerámicas del Museo de Bellas Artes unen las formas abstractas antropomorfas y zoomorfas con una gran riqueza para la invención. Su iconografía mítica se identifica con una naturaleza grandiosa, hostil y cruel, con un sentido plástico incomparable. Algunas cerámicas barnizadas o mates están ornadas con dibujos geométricos y en los que dominan los colores tierra, ocre, azul profundo, verde ácido y rojo estridente. Las exposiciones de Colombia y de Perú nos introducen en el domino de la orfebrería: el oro trabajado en finas hojas recortadas, perforadas y soldadas como en Bogotá, estampadas y repujadas como en Perú.

Las piezas del Museo de Bogotá son extraordinarias. La parte inferior de las pequeñas estatuas es netamente geométrica, pero el saber de estos artistas es una suma de experiencias técnicas tan eficaces que un simple découpage, por efecto de una relación exacta de volúmenes y de espacios, logra crear una ilusión óptica, sugerir los grosores e incluso una tercera dimensión. La parte superior representa siempre un rostro cuya forma general es geométrica y de atributos realistas. Si bien las dos partes son muy diferentes, la unidad es perfecta. Estas pequeñas estatuillas parecen ser pectorales, otros son ex-votos. Las primeras a menudo terminan con una cuchilla redondeada y cortante. Más que ornamentos, ¿no serían instrumentos de sacrificios?

En cuanto a los objetos de Perú, esta exposición, al ser una colección, no puede ser juzgada como tal: muchas joyas, ornamentos, collares, brazaletes, aretes pesados y objetos de uso diario y ritual. La observación más interesante que sugiere este conjunto es una búsqueda de una cinética, manifestado a menudo por pequeñas parcelas de oro, suspendidas en un hilo capilar también de oro, que se mueven sin cesar; con el mismo objetivo, de las órbitas de una máscara salen dos conos flexibles de metal cuya longitud está calculada como para producir un movimiento perpetuo.

¡Reconozcamos que no podemos hacer mejor que esto! Son obras de arte, algunas son obras maestras, y está permitido preguntarse: ¿la cultura?, nuestra cultura, ¿la tecnología?, nuestra tecnología, ¿la inteligencia del hombre del año 2000?, nuestra inteligencia, ¿y los pueblos subdesarrollados? El arte se burla bastante de todo esto. ¿Qué es entonces el arte? ¿Qué hay que hacer para saberlo y adquirirlo?

Para los primeros hombres, todo estaba por descubrirse, imaginar, organizar, crear, reubicar. Observando la naturaleza, ya sean cazadores, pastores, agricultores, jefes de un clan, brujos o artesanos, encuentran su repertorio de signos gráficos. La línea del horizonte: la horizontal; el árbol: la vertical —más tarde, la columna—, el camino de una serpiente en zigzag sobre la arena: la línea quebrada; el ángulo del rayo del sol y su sombra: el triángulo; las curvas y los volúmenes de los cuerpos femeninos. Finalmente, los colores, los del arcoíris, para descubrir las materias coloreadas en las piedras y en las plantas. Arte y vida se confunden. No hay arte por el arte. La técnica es innata, estos “salvajes” reciben la gran inteligencia cósmica y la traducen fielmente para nuestra admiración y para nuestra sorpresa.

Barthes, uno de los grandes etnólogos, cuyos escritos son autoridad, dijo en el prólogo de uno de sus libros: “Esperamos que nuestras experiencias sobre los mitos de las poblaciones indígenas, si lo logran, nos demuestren la existencia de una lógica en las cualidades sensibles que encuentra sus caminos y manifiesta sus leyes”.

Y un nombre un poco menos grande, etnólogo que lo precedió, Frierich Ratzel: “Una filosofía de la historia de la raza humana, para ser digna de ese nombre, debe partir de los cielos y descender a la tierra, debe expresar la convicción profunda de que toda la existencia es una concepción única fundada de punta a punta sobre una ley idéntica”.


Le Quotidien