LE QUOTIDIEN
10 de Mayo de 1972
PARÍS Y EL ARTE CONTEMPORANEO
Por Germaine Derbecq
Museo Nacional de Bellas Artes
París y el Arte Contemporáneo
Es tal vez la expectativa del mejor y del prestigioso lo que no hace ser demasiado exigentes para poder juzgar imparcialmente la exposición de arte francés “París y el Arte Contemporáneo” al punto de hacernos olvidar las dificultades de todos los órdenes que tienen que sobrellevar los organizadores de tales manifestaciones. Sabemos que toda selección es siempre discutida y siempre discutible. Esta puede serlo particularmente, y lo más grave es que los nombres talentosos “no elevan” el conjunto: las obras de Picasso, Léger, Miró, de los años 1963-68, 1950 y 1960 respectivamente, es decir, del último período, lo que no representa más que imperfectamente a estos grandes creadores.
Muchos visitantes relacionan esta exposición con la de “Cézanne a Miró”, muy recordada. De esta, era muy difícil discutir la selección, todas las pinturas eran importante y no se sabía a cuál darle prioridad. Pero, a pesar de que no se discutía la selección, se sorprendían, con justa razón, del extraño periplo de estas pinturas presentadas por Estados Unidos, cuando todas, o casi todas, habían sido realizadas en París, o por extranjero considerados como de París. Aquí está sin dudas la esencia de la cuestión. Recordemos que tanto en los tiempos de los fauvistas y de los cubistas, como en los tiempos de los impresionistas, sus pinturas fueron ridiculizadas, vilipendiadas; cuando se produjo el cambio de pensamiento, los precios ya elevados hacía imposible que los museos puedan adquirirlos, e inmigraron en grandes grupos a los Estados Unidos. En cuanto a los Matisse de la primera época, alrededor de 1907 fueron “tomados” por coleccionistas rusos y ahora se encuentran en el Museo Pouchkine.
Este recordatorio del pasado tiene por objeto el de hacer conocer las cosas, los ineluctables errores cometidos y que siempre se cometerán cuando se trate de estimar el valor de una obra de arte. Las pasiones se desencadenan, no se le puede imputar la falta a nadie en particular. Buscar las razones nos arrastrará demasiado lejos, pero las consecuencias las medimos hoy; las reservas, en lo que respecta las obras significativas, no son muy abundantes.
Jacques Lassaigne, el comisario general, gran crítico de arte, jefe conservador del Museo de Arte Moderno de la ciudad de París, “descolgó” de su museo nueve cuadros para esta exposición. En primer lugar, de Fautrier, Divertimento, una pintura informal tan insólita como el Gran Premio de la Bienal de Venecia otorgado a este artista en 1960. Del belga Polbury, especialista del arte en movimiento, Dos Torres Eiffel, una sola pintura. De la época fauvista, Notre Dame de París bajo la nieve, de Marquet; El Sena en Bougival, de Vlaminck, un hermoso paisaje de la época de Cézanne sin ninguna estridencia fauvista; 14 de julio, un Dufy que no sorprende pero que tiene frescura juvenil, y Los remeros muy posteriores a la época de esas telas impresas de las cuales renovó la estética y la técnica con mucho talento. Lo curioso es que fueron furor ante los elegantes y que al mismo tiempo esos mismos elegantes se burlaban de sus cuadros. Sin embargo, en las dos expresiones encontrábamos el mismo grafismo nervioso, las mismas superposiciones de colores vibrantes, las mismas composiciones tomadas de la vida cotidiana. También de París, tres Utrillos, zona Montmartre, y un Gromaire, El viaducto.
Esta exposición es un poco la historia de la pintura y también la de las galerías después de la guerra del 40. La única anterior, incluso anterior a las dos Guerras, la Galería Kahn-Weiller, que tuvo que cambiar varias veces de razón social para solucionar los graves inconvenientes causados por la nacionalidad alemana de su propietario —como la confiscación de bienes en 1914—, se llamó sucesivamente Simón y Leiris (el nombre de su cuñado francés). Esta galería que jugó un rol importante en la historia del Cubismo —Kahn-Weiler fue el marchand y amigo de Juan Gris desde el principio— en los tiempos lejanos de 1920, bien escondidos en un rincón de una gran plaza del centro de París, era una de las más raras en las que se podía ver obras cubistas. Se entraba como en un santuario. Instalado ahora en un gran local moderno vemos cada año las exposiciones de Picasso. De sus colecciones, está aquí además de los dos Picasso y los dos Léger, tres Beaudin y cuatro pinturas de Masson, con un lirismo inquieto, acumulaciones de pequeñas manchas multicolores en las que subrepticiamente se puede apercibir formas figurativas: ¡el surrealismo está aún lejos! A su lado, Beaudin es relajante, todo es equilibrado, medido, pensado, pintura supremamente inteligente en una línea neo cubista que siempre fue la suya, que no hizo más que perfeccionar durante más de cincuenta años. Para ello, era necesario que se lo identifique con las suaves tonalidades de Île-de-France, de la cual es originario y la armonía tan celebrada de París, que no quitó jamás. Luego, es la Galería Jeanne Bucher. Su propietaria, con mucha intuición y conocimientos, presentó nuevamente artistas de la década de 1930, entre los que encontramos a Bissiere, que no era nuevo, pero que, luego de una ascesis bastante dura, se renovó completamente y ganó un lugar privilegiado, enseguida después de la guerra, como pintor de manchas delicadas, cuasi metafísicas. Luego de 1947, la Galería Denise-Renée, apadrinada por Le Corbusier, André Bloc y Vasarely, se especializó en la presentación de la abstracción geométrica que le valió el éxito de ya conocemos. Ella prestó las obras cinéticas de los sudamericanos Cruz-Diez, Soto, de los argentinos Tomasello, Le Parc, y de Vasarely, una hermosa tela de la serie de blanco y negro; además, la Galería Maeght, una de las más importantes actualmente. Realizó un centro cultural y organizó un museo en Costa Azul, lugar de encuentro para aquellos que aman el arte. Aquí son las obras de Bazaine, destellos de colores que juegan a ser vitrales. Giacometti y sus retratos dibujados en pintura que lo han torturado tanto, dos Miró, un Ubac, de una muy buena realización, Tal Coat y Rioelle. De la Galeria de Francia, de colecciones muy eclécticas, es Alechinsky, Bergman, Herbin, Manessier, Maryan, Music, Pignon, Prassinos, Singier de Soulages, un muy lindo manchado negro sobre blanco, sólido como una arquitectura, y Zao Wou Ki. En cuanto a Hartung, este definió otro espacio por el color, color que más que color es como un reflejo del negro, creando un cierto dramatismo, además acentuado por su grafismo agresivo. De la Galería Arnaud, Guitet y De Koening. De las colecciones de artistas, la muy eficaz pintura Ritmo color, de 1967, de la siempre joven Sonia Delaunay; la de Magnelli, Masa pesada, de 1958, una abstracción geométrica bien inscripta, con un bello equilibrio, forma y color. Luego, las de Poliakoff, Schneider, Matta, Gruber, Demarco, Helion, Vieira da Silva y De Szenes, su esposo. En total son 103 obras y 52 pinturas.
Al lado de la exposición de pinturas, se presenta un espectáculo audiovisual de diapositivas del “1 %”. Este “1 %” es un proyecto de ley ya antiguo que proponía retener un porcentaje mínimo sobre las construcciones de carácter escolar, educativo, universitario, etc., destinado para la compra de pinturas y esculturas que serían integradas en la arquitectura. Bastante más tarde, esta ley entró en vigor con ciertas modificaciones. De hecho, no se encuentra del todo lista: son los resultados de ese 1 % que vemos en el film. Un éxito como idea y como film.