GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

EL DESPERTAR DE LA NATURALEZA

Por Germaine Derbecq


El despertar de la naturaleza


El Despertar de la naturaleza. Este título cliché evoca el nombre de una estatua que todos podemos admirar en uno de los más bellos jardines de Buenos Aires


Representa una mujer ofreciendo su triunfante desnudez (noté que así es como se dice) con un encantador efecto de aire falsamente ingenuo (eso habrá pensado el artista) en el momento preciso en el que arroja detrás de su cabeza el velo que la envuelve. Ese velo simboliza sin duda que la estación invernal queda suspendida en el aire, fotogénicamente, por la eternidad, mientras, a los pies de la mujer, arrodillado, vencido, otro desnudo que no tiene nada de prometedor ya que debe simbolizar él también el invierno, aparentemente aplastado ante esta resplandeciente juventud.

No creo caer en la pudibundez de una dama benefactora, pero ese desnudo en un recodo de ese camino paradisíaco (en donde habría esperado encontrarme al buen Douanier Rousseau, paleta en la mano y boina sobre sus orejas, o bien a su négresse dormida, alguna serpiente negra o una pantera manchada), ese desnudo me impacta en lo más profundo. Que sea en una exposición del Bellas Artes, en donde cada uno sabe que los artistas son más o menos premiados, o bajo la inmensa verja del Grand Palais en Paris para su gran salón anual, vaya y pase, uno se lo puede esperar; pero en el medio de esta exuberante naturaleza , ese desnudo es aplastado, empujado, vencido por los árboles magníficos o extraños que lo rodean con su hojas inmensas o minúsculas, despedazadas, recortadas, grabadas, pintadas, por las flores salidas de la más fantástica y genial imaginación. Todos y todas son testigos de un espíritu de creación que, es evidente, le falta totalmente a nuestra pobre estatua.

Hoy, no será por cierto más que un pretexto pintoresco y entretenido para las consideraciones sobre este tema de la primavera lo que nos obligará una vez más a reflexiones y repeticiones continuas y eternas y siempre nuevas sobre la naturaleza: diversidad de sus formas, de sus colores, de sus texturas; exceso de invenciones, de combinaciones múltiples y perfectas que son todos los organismos vivos de este planeta, y que cada vez que los consideramos, fuerzan nuestra admiración.

El artista solidario, más que ningún ser humano de esta naturaleza, aspirará siempre a conquistarla. Su primer gesto fue el de copiar, debe haberse convencido que no era por ahí el buen momento para poseerla. Otros, como los primitivos de todas las épocas, aquellos a los que el instinto intacto primaba ante los conocimientos, encontraron desde el primer momento la manera de expresarlo y de expresarse con metáforas plásticas; los otros, los que debieron pasar por la experiencia de la imitación —y esos fueron la mayoría— debieron comprender un día el significado de todas las ideas de la naturaleza, concretada por las formas, colores, calidades, y sometidas a las leyes de la creación, esas leyes que regulan el universo muchas veces olvidado, transformado, atenuado y rencontrado. (Es bastante curioso constatar que se aplica el vocablo degenerado para el arte que se esfuerza para estar de acuerdo con todas estas leyes eternas).

Estudiemos entonces la naturaleza y estaremos convencidos que no hay azar en estas creaciones, como no hay azar en la creación de una obra de arte.

Une cabeza griega, estudiada detenidamente les revelará su secreto: el número y el espíritu la recrearon desde cero.

De igual manera, una cabeza romana, verdadero retrato, se encuentra sometida ella también, a pesar de las apariencias, a las leyes ineludibles, precisas. Construidas como un puente, un viaducto, un arco romano, la elección de los elementos, las dimensiones, los ángulos, algunos trazos humanos integrados siguiendo una rigurosa disciplina son los únicos elementos de la similitud y de la psicología, empujadas a menudo muy lejos en sus efigies Un ojo poco avezado podrá ver una ilusión de copia, pero es sin embargo una creación.

Los artistas de los tiempos modernos, partiendo del Renacimiento —y tal vez a causa de él— se han deslizado insensiblemente hacia la imitación despreciando las creaciones enseñadas por los antiguos y por los “grandes” del Renacimiento. Fue necesario el final del siglo XIX y siglo XX con sus sucesivos movimientos estéticos: sobresaltos, revoluciones del artista, que quería rencontrar las bases.

Los abstractos, los concretos, al parecer, han conducido hasta sus últimas trincheras estas verdades, que un día u otro, en estas obras, a pesar de la aparición de la creación también demostrarán estar desprovistas del espíritu de creación.

Nuevamente, será necesario reconsiderarlos y el movimiento perpetuo durará hasta el fin de los siglos debido a la persistencia, la gloria y la perennidad del arte.

Nuestra estatua El despertar de la naturaleza, bien alejada de estos conceptos, copia servil y tal vez de molde, que expresa lo nuevo con símbolos ridículos y fáciles es una lección viviente —si se puede decir— de lo que no hay que hacer, y el jardín que la rodea es la única lección que tienen que retener los que querrán expresar la naturaleza y pretender a la creación de una obra de arte.


Le Quotidien