LE QUOTIDIEN
18 de Mayo de 1954
EXPOSICIÓN DE ARTE ECUATORIANO EN EL MUSEO DE BELLAS ARTES
Por Germaine Derbecq
Exposición de arte ecuatoriano en el Museo de Bellas Artes
Jamás alentaremos demasiado a los pueblos a intercambiarse bellas y nobles cosas.
Hoy, una exposición de arte colonial y arte contemporáneo ecuatoriano que se presentó en Buenos Aires, casi al mismo tiempo que las obras de artistas argentinos exhibidas en Chile y Perú, son expuestas en Quito.
Si el arte colonial ya no puede sorprendernos, es interesante ver cómo los países de América asimilaron el arte español. Los artistas de Ecuador parecen haberse adaptado con elegancia y delicadeza a una profunda comprensión plástica.
Es una verdadera pena que un sector del arte precolombino no haya sido planeado —¿no era Ecuador la Gran Colombia? —. De este arte, no se encuentra ninguna traza en el arte colonial. Hubiera sido bastante difícil que fuera de otra manera. Es que el arte de los nativos no se trataba de representaciones de la naturaleza, sino de símbolos, muy poco íntimo, incluso para nada humano, la más alta idea de abstracción que haya sido jamás lograda, mientras que el arte español no era más que frívolas búsquedas de belleza, humanidad en todo su esplendor, manierismo y realismo grandilocuente. De un encuentro tan rudo como debe haber sido el cruce de estas dos artes, nos preguntamos cómo era posible que haya habido un acercamiento o una fusión. Uno de los dos debía necesariamente desaparecer, y es lo que ocurrió. La conquista española, con el nombre de “evangelización”, dio un golpe de gracia a las artes aztecas, mayas, precolombinas. No ha sobrevivido ni un vestigio, salvo en el folklore. El arte español, transformado en arte colonial, se guardó en toda su pureza.
Podemos constatarlo incluso en un pintor con personalidad, como es Miguel de Santiago, que era nativo de Quito y mestizo, que nos presentaron como “el fenómeno de inducción pictórica, que sustituye la tradición meticulosa, un oficio más libre, cuando ya ciertos cuadros revelaban una intención impresionista”. Es difícil de juzgar por los pocos que vimos. Sin embargo, no hay que olvidar que el Greco había aportado a la pintura su conmovedor mensaje desde hace más de treinta años y que, a la muerte de Velazquez, Santiago no tenía más que cuatro años. Está perfectamente permitido pensar que este pintor pudo conocer las obras de estos maestros, al menos las de sus discípulos, que eran numerosos. Esto no le quita mérito ni calidad, que son muy reales. Porque poseía grandes conocimientos académicos, aunque al mismo tiempo quería liberarse de ello. Lo podemos notar en la hechura y en el dibujo del cuadro alegórico El invierno, así como en el colorido inesperado de La virgen y el niño, que probaría que no ignoraba al Greco, y que, siempre renovando su arte, continuaba la tradición española.
En cuanto a Samaniego, es del siglo xviii. Con él, ya no son los claro-oscuros, pero una escritura precisa, colores frescos y claros. Si su trabajo es un poco seco, es por que tal vez los recursos que emplea son muy honestos. No debería tomar más que un poco de vuelo con sus reglas. ¿No había escrito un tratado sobre la pintura, que era un resumen de las técnicas empleadas por los artistas del país?
Entre las pinturas de la Escuela Ecuatoriana, una Santa familia resalta particularmente, más en la tradición italiana que en la española, pero ¿no es, acaso, que el arte italiano había marcado el arte occidental?
Del siglo xix, un esbozo en acuarela, de expresión romántica, en el que el trabajo es sabio y sutil.
En cuanto a las esculturas talladas en madera y policromadas, las más bellas son La gran virgen de Quito, e Inmaculadas concepciones de Bernardo de Legarda, mestizo él también, que era considerado como un gran artista. Eso es algo que no podemos más que confirmar. A través del acuerdo de los colores, la gracia de los rostros, el encanto de las manos, encontramos una organización de planos, un dinamismo de líneas rodeando los volúmenes, una ciencia de colores afirmándolos, en definitiva: un arte, dueño de un cerebro lúcido y de una mano hábil. Efectivamente, en la Virgen del niño, los paños al viento engañan los planos, la armonía de los tonos marfil, plateados y negros, es tan delicada que nos hace olvidar de todo. Un pequeño arcángel nos revela unas hermosas invenciones plásticas. En todas estas esculturas hay varios de estos tesoros, a menudo sumamente ingeniosos. Si algunas se repiten y si sospechamos que estos son “recursos” no son estos menos eficaces. Y si los exteriores son amables, los colores y las decoraciones agradables, si bajo la excusa de la verdad el realismo cede a la exactitud, la organización arquitectónica y la ciencia de los planos logran verdaderas esculturas.
Sin dudas, la riqueza de los atavíos debía ser el símbolo de la riqueza espiritual. La dolorosa, de Caspicara, está cubierta de sedería y piedras preciosas, mientras que su rostro está reducido por el sufrimiento, causado por un puñal que atraviesa su corazón de plata. Estos recursos de inspiración popular permitieron que una gran concurrencia acceda fácilmente al entendimiento de este arte.
El dolor y la muerte en España sabían ser espectaculares, pretexto para ritos, con frecuencia lujosos, siempre dramáticos. ¿Podemos olvidar acaso las lloronas en los entierros, la entrada teatral de los elegantes toreros en la arena deslumbrante, la agonía del toro, los caballos heridos? El arte colonial se complace también con las actitudes en la que se codean la ostentación, el drama y la muerte, lo bello y lo horrible. También los Cristos fueron el gran logro de este arte. Los de esta exposición son muy hermosos, los cuerpos extendidos, estirados, la anatomía espiritualizada, los detalles más crueles descriptos con minucia, y los colores que los delatan.
Los bibelots, con frecuencia minúsculos, de marfil, de hueso, de madera tallada, pintados, dorados, decorados, poseen la ingenuidad y el encanto de las obras folklóricas. Una bola de billar seccionada, ahuecada, esculpida, pintada, que representa un pesebre. Los personajes están ingenuamente marcados, pero son auténticos e inspirados. Hay también cofres, túnicas bordadas con hilos de oro y plata. Un mueble con infinidad de cajones de nácar y placas de oro grabadas, representando animales más o menos bíblicos, con una gran imaginación.
En cuanto al arte contemporáneo, no podemos más que estar sorprendidos por la voluntad de independencia reivindicada en estas pinturas. Encontramos poco academicismo, salvo en León Pedro, lo que no es para sorprenderse ya que es el director del Bellas Artes. La mayoría de estos artistas, siempre buscando una expresión propia, se esfuerzan al mismo tiempo para imprimir un carácter nacional. Para esto, toman prestados temas populares e indígenas, lo que les confiere un exotismo a sus obras, así como un dramatismo en donde un sentimiento de piedad y de humanidad podría entreverarse con ideas socialistas.
El artista que tuvo un mayor alcance en la plasticidad es Osvaldo Guayasanni. Cada uno de los diez cuadros que envió deben ser una etapa diferente de su evolución y de sus investigaciones. En algunas de las más antiguas, encontramos una influencia de Picasso en sus primeros años del siglo. En todos hay un deseo de ordenar las composiciones y los ritmos, de organizar los planos y las líneas. Emplea generalmente el gris y los marrones, aunque los colores crudos, con gamas extrañas en las últimas obras. Estamos lejos de la complacencia del arte colonial, todo es severo, todo es áspero y violento.
En cuanto a Eduardo Kingmann, busca él también una expresión personal. En un cuadro demuestra que es evidente que posee calidades de pintor y de colorista, pero en otro, en el que busca los ritmos y los volúmenes, pierde estas calidades.
Hay aún algunos paisajistas, del cual Guerrero es el más interesante, luego Andrade Tarri, que maneja con brío las pinceladas coloreadas, el dramatismo de Paredes Diógenes y una encantadora composición de Juan Valencia. Podemos citar también a Eger, Paredes Piedes, Luis Moscoso, Mena Franco Bolivar, Tabara, Vasconez y Coloma.
Es difícil encontrar huellas de los grandes movimientos plásticos europeos en las pinturas contemporáneas ecuatorianas. Podríamos talvez percibir en algunos la influencia de la joven pintura mexicana. Estos artistas demuestran un gran coraje buscando expresarse sin el auxilio de que alguien los descubra; no podemos hacer otra cosa que desearles que esa fe en ellos mismos encuentre su recompensa.