GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

7 de Septiembre de 1954

LAS NUEVAS ARQUITECTURAS

Por Germaine Derbecq


Las nuevas arquitecturas


Una sala de conciertos


Un poderoso impulso por la renovación arquitectural sacude todos los países del mundo. Mientas que todos los descubrimientos científicos más audaces y más peligrosos son aceptados dócilmente, en ciertos ámbitos, como es el de la arquitectura, persiste un espíritu conservador que en nombre de falaces pretextos traspasa a menudos los límites del sentido común.


Los arquitectos modernos no buscan la originalidad ni los efectos extravagantes como muchos podrían inclinarse a pensar. Los nuevos materiales, que han conmocionado los métodos ancestrales de construcción, permiten hoy audacias que eran imposibles ayer. Por lo tanto, pretenden aprovechar. Tanto más que estas nuevas arquitecturas no presentan más que ventajas: economía del tiempo, de materiales, mejor adaptación funcional, línea en armonía con nuestra época, etcétera.

Entre los arquitectos argentinos agrupados por las ideas actuales, Amancio Williams tiene una personalidad particularmente atrapante. Si hablamos de él a especialistas del arte de construir en los cuatro rincones del planeta, responden invariablemente, y con mucho respeto: es un teórico.

Debemos entender por esto que es un arquitecto de planos largamente madurados, concienzudamente estudiados, elevados hasta la perfección, del cual las ideas nuevas y audaces llevan la marca de un espíritu creador, tanto en la estética como en la técnica.

Esto implica también que sus planos no se realicen siempre. Lo que no nos sorprende ya que esta es la suerte que corren los innovadores. Sabemos bien que Le Corbusier —por hablar solo de él—tuvo que esperar hasta veinte años, e incluso hasta treinta años, antes de poder ejecutar alguno de sus proyectos. Sin embargo, podemos ver “adaptadores” recolectar a menudo rápidamente los laureles bastante poco merecidos.

Nadie ignora que Amancio Williams es el hijo del gran compositor y músico Alberto Williams. Esto lo podía designar más que a cualquier otro a diseñar un auditorio. Y como es un técnico particularmente exigente, lo quería, ante todo, adaptado perfectamente a su función. Lo que no es una perogrullada ya que hace no mucho tiempo atrás, y hasta hoy, no se resolvía más que parcialmente el problema de la acústica, y por decirlo de alguna manera, relacionándolo raramente con el problema arquitectónico. Teorías relativamente decentes aplicadas entre otras a la sala de la Escuela Normal de Música de París, que le permitieron a Auguste Perret realizar, según nos cuenta Cortot mismo, “un verdadero Stradivarius”, o luego, un poco más tarde, al ingeniero Lyon que construyo la Sala Pleyel de la rue du Faubourg Saint Honoré, de la cual su estructura interna es en función de cálculos del sonido.

Williams se ocupó de resolver el problema acústico bajo todos sus aspectos. Lo logró completamente, solucionándolo definitivamente.

Para esto, se propuso distribuir la intensidad del sonido reflejado, de manera de compensar la menor intensidad del sonido directo recibido por la audiencia. Sus cálculos lo llevaron a construir una superficie continua, en forma de bóveda que refuerza y distribuye el sonido. La parte interior, que es la parte absorbente, está reservada a los ejecutantes que ocupan el centro, y sobre gradas circulares, cuatro mil oyentes pueden encontrar un lugar y disfrutar de una audición perfecta, ya que fueron eliminadas las causas de pérdida de sonido y de ecos.

Encontrando el perfil acústico ideal y haciéndolo virar sobre un ángulo, Williams creó una forma que responde a todas las leyes conocidas y que es al mismo tiempo, desde el punto de vista de la estética, de una belleza y pureza muy raras.

Este fue el punto de partida de la arquitectura: lo que determinó la forma exterior fue integralmente la del interior. De aquí su aspecto desacostumbrado, sorprendente, recordando vagamente el “sombrero” de un hongo gigante, cuya curva armoniosa e impecable sorprenderá a mucha gente.

Las dependencias están integradas en un corredor en forma de anillo, como el de Saturno, rodeando el volumen de la sala. Las paredes vidriadas permiten la vista sobre los jardines, por estar situada la construcción del proyecto en un parque. Todo el bloc arquitectural parece estar en el espacio, estando las columnas reducidas al mínimo.

Esta sala posee no solamente todas las cualidades para ser un auditorio perfecto, sino que ofrece también nuevas posibilidades para espectáculos con una nueva fórmula. Su enorme bóveda puede incitar a iluminaciones y a proyecciones fantasmagóricas, mientras que un sistema de plataformas móviles sucesivas facilitaría una puesta en escena sorpresiva y efectos dinámicos. Es interesante notar que las salas circulares están nuevamente a la orden del día, ya que permiten una renovación escénica completa. Ya hay varios en América y en este momento se está construyendo uno en París.

Nos resta desear que la Sala de Concierto concebida por Williams sea edificada. No es una utopía, es una suma de invenciones acústicas funcionales y estéticas excepcionales. Ya en el extranjero se interesaron mucho. Un gran arquitecto inglés retuvo los planos para un centro de cultura que se realizará en Crescent Park, en Londres, así como para un proyecto de la ciudad ideal, destinada a la ciudad de Aycliffe, proyecto que reúne las más bellas realizaciones arquitecturales modernas.

Se dice que los pueblos tienen el arte que se merecen. Cada uno de nosotros tiene entonces su parte de responsabilidad. No podemos vivir en el pasado ni aceptar soluciones ilegítimas y muestras de estilo que se construyen diariamente bajo nuestros ojos. Los países nuevos, más que los otros, tienen la posibilidad y el deber de edificar casas, monumentos, ciudades, respondiendo a las necesidades de nuestra época.

Y no tengamos la mística del material, no seamos como ese esteta intransigente que decía: “Si la Torre Eiffel hubiera sido construida de piedra, sería tal vez una obra de arte”.


Le Quotidien