LE QUOTIDIEN
7 de Diciembre de 1954
ESTAMPAS JAPONESAS
Por Germaine Derbecq
Estampas japonesas
La galería Bonino presenta en este momento una exposición de estampas japonesas del siglo xviii al siglo xix.
Esta es una excelente iniciativa para una galería de arte moderno ya que nadie ignora que estas estampas han tenido un rol importante en el desarrollo del arte pictórico de la segunda mitad del siglo xix. Sin contar a Cézanne, todos los pintores de esta época las han más o menos consultado.
En la Exposición Universal de 1867 fueron reveladas al gran público. Anteriormente, ciertos artistas las admiraban y sabemos que Ingres ya las buscaba. El retrato de Madame Rivière y la gran Odalisca lo demuestran.
Sin embargo, en ese año, 1867, las tendencias de la pintura francesa oscilaban entre el clasicismo de Ingres, que su genio había adelantado, la gran pintura decorativa de Delacroix y los problemas del color que este pintor proponía, el naturalismo de Courbet, el clasicismo naturalista de Corot, y el aire libre preconizado por algunos jóvenes talentos todavía desconocidos.
¿Qué aportaban las estampas japonesas?
Todo lo que el arte pictórico había olvidado desde el Renacimiento. Los fondos lisos coloreados que sugieren las profundidades y reemplazan la perspectiva; el modelado expresado por la equivalencia de un dibujo lineal preciso, condensando y traduciendo todas las sutilezas del volumen, del color y de la luz; un estudio que se somete a la naturaleza; y una síntesis, según las exigencias de la composición y las obligaciones de la sensibilidad. El color y el ornamento reemplazan las formas planas, definiendo la calidad, los valores, las tonalidades.
stas estampas aportaron posibilidades de continuidad a los problemas pictóricos de la época: el idealismo de Ingres podía sobrevivir; el color de Delacroix, construir; el naturalismo de Courbet, humanizar; la armonía de Corot, superar la técnica; y los jóvenes pintores, encontrar su camino.
Las nuevas generaciones no se equivocaron, reconocieron unánimemente las preciadas enseñanzas que aportaban estas expresiones populares de la genialidad japonesa, las cuales habían suplantado la pintura aristocrática convencional.
Uno de los primeros en interesarse fue Manet, que se buscó los problemas y las burlas cuando expuso la célebre Olympia en el Salón de 1865. La ejecución novedosa de este cuadro sorprendió, desconcertó, fue totalmente incomprendido. Esta experiencia indudablemente japonesa no se repitió más en las obras de Manet, pero muchas de sus pinturas no rechazaban las sugerencias del arte nipón.
Los mejores principios del arte de pintar, condensado en esas imágenes de apariencia inocente, entusiasmaron a Van Gogh al punto de que cuando las descubrió en el quai de Amberes, dicen, no encontró descanso hasta tapizar su habitación. Su admiración no se detuvo en este punto. Sus pinturas nos revelan que conoció y asimiló las técnicas. Ciertamente las superó, las sublimó, creando obras maestras alucinantes, que no tenían con los modelos que las habían inspirado más que una familiaridad espiritual.
Gauguin también las conocía. Este apasionado del exotismo reconstruyó, bajo las órdenes de estas, los colores violentos, anteriormente para él incompatibles y grabados en las formas decorativas, que aportaban un sabor áspero, una realidad primitiva y, al mismo tiempo, sabiduría; no tenían ninguna semejanza con el arte japonés, pero poseían todas sus características.
En cuanto a Degas, el academicismo de su juventud encontró su liberación.
Si la pintura se inspiró en la estampa, ¿qué se puede decir del afiche de la litografía? Los de Lautrec y los de Bonnard poseían todas sus cualidades transformadas, recreadas totalmente.
El delicado Vuillard oyó de igual manera sus consejos. Aplicó las técnicas de los fondos que punteó o adaptó sabiamente, siguiendo su sensibilidad tan particular.
Los Nabis recogieron los principios con los cuales edificaron una enseñanza muy cercana a un nuevo academicismo ya que, si bien entre ellos había talentos, no había genios.
Finalmente, Matisse, el más japonés de los pintores occidentales, que recreó con su excepcional personalidad una estética completamente nueva.
Ninguno de los movimientos pictóricos que aparecieron posteriormente pueden negar haber conservado los medios técnicos de la estampa, que son claramente aspectos de los herederos directos.
No nos apuremos en concluir que sin la estampa japonesa el arte pictórico del siglo xix y xx no hubiera podido obtener esa grandiosidad que conocemos.
Estos últimos cien años pueden compararse con la época del Renacimiento, por la diversidad, el valor y la fuerza de las individualidades. No es de sospechar que estos artistas tenían la talla para encontrar solos su camino. Nos podemos preguntar por qué no dirigieron sus miradas hacia las pinturas bizantinas, romanas, primitivas, italianas o francesas, que habrían podido hablarles el mismo lenguaje que los artistas nipones.
El poder de persuasión de la estampa japonesa residía tal vez en el misterio de su exotismo, tal vez llegaron en el momento en el que mejor podían ser comprendidas, pero, ante todo y sin ninguna duda, es sobre todo por la frescura de su inspiración, la nitidez de su expresión, que atraía y retenía.
El trabajo del grabado sobre madera no era ajeno a estas cualidades. Los artistas japoneses adaptaron su estética a las posibilidades de la técnica en lugar de someterla.
Entre los pintores argentinos del pasado, ninguno, a mi conocimiento, fue influenciado por la estampa. Ideal Sánchez parecería ser actualmente el que podría haberse acercado. Lo podemos notar en la composición y en la deformación de sus personajes, en el delicado dibujo de los rostros, en los negros. A menos que haya encontrado sus caracteres a través de los artistas modernos, como ocurre en otros pintores argentinos.
Esta exposición en Bonino es interesante desde varios puntos de vista. Si nos recuerda lo que el arte japonés nos aportó, nos dice también que su mensaje es siempre actual. Podrá ser un buen consejo para los artistas que quisieran aún comprender sus imágenes.
La mayoría de esas estampas son de escenas de teatro y de retratos de actores. Eran, en cierta manera, para los amantes del teatro japonés lo que son hoy en día las fotos de las vedettes para los amantes del cine. Con la diferencia, no obstante, de que no era precisamente el actor lo que interesaba pero el personaje que encarnaba.
Según los especialistas, la estampa moderna se encuentra en plena decadencia. Desde el siglo xv cumplió ampliamente su destino, dejando no solamente el testimonio de un arte en su perfección pero el haber participado, por sus sugerencias, en una de las épocas más asombrosas del arte de pintar.
na vez más el arte nos enseña que las grandes familias humanas están más allá de (las masas) y de las civilizaciones y que, aparte de las religiones, el arte es la única fraternidad.