GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

1 de Junio de 1955

NORAH BORGES EN LA GALERIA BONINO

Por Germaine Derbecq


Norah Borges en la Galería Bonino


Para situar correctamente la personalidad de Norah Borges es indispensable retrotraerse treinta años, época en la que reinaba el naturalismo como maestro del arte argentino. Un naturalismo servido por un oficio sin técnica, época también de impresionismo español complaciéndose en escenas de estilo.

Norah formaba parte un pequeño grupo de vanguardia que comprendía no solamente pintores, pero también escultores, arquitectos, poetas, escritores y músicos, defendidos por la revista “Martín Fierro”, que se esforzaba por aportar expresiones nuevas e implantar recientes tendencias artísticas europeas.

Como había viajado mucho, vivido en Suiza, en España, en Italia y en Francia, y entrevistado a maestros, había retenido y aplicado sabiamente los tradicionales principios del arte de pintar que parecían nuevos, ya que habían sido olvidados, pero no había sido influenciada por los movimientos pictóricos que, en ese momento, revolucionaban las artes plásticas. Su temperamento romántico, su ambiente y su formación literaria la desviaban de la expresión pictórica pura. No era sin embargo únicamente la inspiración que la guiaba, ya que sus cuadros estaban bien constituidos. Los tonos cálidos y fríos, bien ordenados, remplazaban agradablemente los claro-oscuros la línea agradable expresaba no solamente el contorno, pero también el modelo.

Es cierto que Pettoruti, el único pintor que había aportado una nueva estética, estaba más apto para guiar a las nuevas generaciones, pero con él, el salto que se debía hacer entre las viejas y las actuales expresiones era inmenso. Mientras que las pinturas de Norah Borges, menos revolucionarias, y poseedoras de cualidades que las hacían más persuasivas, indicaban las nuevas vías más sencillas para seguir. Es de esta manera que contribuyó al movimiento pictórico moderno en Argentina.

Más adelante, como le ocurrió a la Bella Durmiente, el tiempo se detuvo para Norah. La encontramos hoy en la Galería Bonino con más o menos las mismas imágenes encantadoras y tan bien ordenadas como en los tiempos heroicos, pero no tienen para nosotros el mismo significado. Es que la pintura es implacable. No perdona a los que no la utilizan con exclusividad, y Norah Borges no se sometió a todas estas exigencias. Aspiró demasiado a describir sus sueños, el mundo que había imaginado, en el que evolucionaban, en paisajes de ensueño, personajes idealizados.


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