GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

17 de Diciembre de 1955

PINTURA DE ÉPOCA, SIMPLEMENTE PINTURA

Por Germaine Derbecq


Pintura de época, simplemente pintura


Cada época tiene sus artistas, cada uno con expresiones diferentes, apreciados por sus grupos de aficionados.

Hay pintores que se dirigen hacia naturalezas realistas, sensuales, sentimentales, interesadas, solamente por la anécdota, la pintoresca, expresándose por medio de abundante pintura, de un oficio que reina como maestro absoluto.

Los artistas presentados estos últimos meses por la Galería Velázquez pertenecen a esta tendencia. Fueron sucesivamente exposiciones de Ripamonte, de Bernardo de Quirós y, la última, de la que nos ocupamos hoy, la de Anglada Camaraza.

Este pintor catalán ha disfrutado de una gran reputación al principio del siglo. No solamente en su país, sino también en Europa y en las Américas, en donde ejerció una influencia muy marcada sobre una juventud que se había evadido voluntariamente de la Escuela, pero que, al no tener la comprensión ni el instinto plástico, no pudo hacerlo con éxito. Es que Anglada, como algunos maestros con su misma formación, con sus mismas aspiraciones, había renunciado al academicismo por un “modernismo” que disfrutaba entonces de una gran boga en Barcelona. Tendencia cuyo origen fue una reacción contra la civilización industrial. El arte, expresión de la vida, no puede ir en contra de las ideas en marcha sin llegar a callejones sin salida o sin condenarse a muerte. Es lo que los adeptos al arte modernista aprendieron a expensas de ello. Con la intensión de ignorar las ideas nuevas, provenientes de los descubrimientos científicos, preconizaron un regreso a la naturaleza, una naturaleza idealista, estilizada, y tomaron como línea de conducta el contrapié de lo que caracterizaba el espíritu mecanicista: a la intuición y al instinto los enfrentaron con la inspiración y el sueño; al espíritu de creación, con las composiciones del buen gusto; a la organización cromática, con la anarquía del color. Estos revolucionarios no estaban en el fondo más que de los reaccionarios que se aprovechaban ellos mismos. Algunos, poco propensos a las evanescencias, se pasaron al campo del naturalismo para recaer en las garras de las fórmulas académicas con los recursos impresionistas. Las pinturas de Anglada surgieron de estas mutaciones. Durante su estadía en París, no fue en absoluto influenciado por Toulouse Lautrec, Renoir o Seurat —pintores que no desdeñaban el tema, pero que no hicieron jamás una anécdota—, prefirió las efusiones grandilocuentes de un Henri Martin o las formas decorativas de un Aman Jean, y si miró a Vuillard —el insuperable pintor intimista a menudo demasiado confundido con pintores impuros—, no retuvo del arte de este pintor más que acumulación de pintura y de colores sin percibir la intensa verdad pictórica. La pintura de Anglada se transformó entonces en una mixtura afrodisíaca, una exasperación sensual, una degeneración. Sin embargo, como tenía talento, y a causa de esto realizó algunas piezas buenas de pinturas, pero no se elevó jamás hasta el estilo, ni hasta la perfección cromática, ni hasta el realismo trascendente.

Escuchamos algunas veces: “Este pintor no gusta más porque está fuera de moda”. En el arte no hay moda, a lo sumo características comunes a una época. Un gran pintor no está nunca fuera de moda y no se le ocurrirá a nadie que Renoir, Lautrec o Seurat lo estén. Sin embargo, crearon personajes, verdaderos prototipos de sus tiempos, evolucionando en un ambiente en el que se podía remontar, como el Baile del Moulin de la Galette, el del Moulin Rouge o el Domingo en la Grande Jatte. Ahora bien, no es por nada, ya que en estas pinturas la anécdota está subordinada a la plástica.

Las generaciones actuales no se equivocaron. No ratificaron el entusiasmo de sus abuelos por este artista español, contrariamente a lo que les pasó a los pintores “malditos”, ultrajados, y despreciados por sus contemporáneos, rehabilitados hoy. Las pinturas de Anglada, puramente sensoriales, no resistieron a la prueba del tiempo.


Exposición de Noemí Gerstein en Galatea


Antes de cerrar un ciclo de búsquedas y de encaminarse hacia otras expresiones, Noemí Gerstein presenta una serie de sus trabajos inspirada en el amor maternal. Tema que le permitió expresar sus intenciones plásticas en la escultura, analizar las formas, estilizarlas, “geometrizarlas” con mucha sensibilidad, mucha gracia y con un sentimiento muy preciso del movimiento, del ritmo, de la armonía, no obstante, sin entrar demasiado a fondo en problemas.

Con prudencia, observó, estimó, buscó por dónde ella podría escaparse, lanzarse hacia más síntesis e incluso hacia la creación pura. Sin dudas, ella sabe que se puede liberar de ciertas contrariedades del tema. Es con un enorme interés que seguiremos el desarrollo de su obra, ya que esta artista dio pruebas de sus muy justas intuiciones y de sus conocimientos.


Le Quotidien