LE QUOTIDIEN
28 de Diciembre de 1955
SEGUNDO SALÓN DE ARTE RELIGIOSO EN PIZARRO
Por Germaine Derbecq
Segundo Salón de Arte Religioso en Pizarro
Cada época, interpretó la iconografía cristiana con el estilo del momento, no era un tema de Arte Sagrado. La Iglesia, los benefactores y los mecenas les encargaban a los mejores maestros de obra, artistas y artesanos, los edificios, las esculturas, las pinturas y los ornamentos que los fieles veneraban.
Por razones plásticas, desde hace un siglo, los artistas abandonaron cada vez más todos los temas —religiosos inclusive— por temas más familiares. Las cursilerías (“saintsulpiceries”) tuvieron entonces toda la soltura para invadir las iglesias. Hay que reconocerlo, satisfacían a la mayoría, tanto a los eclesiásticos como a los fieles.
Que algunas autoridades hayan alertado a la Iglesia y opinaran en contra de estas estatuas comerciales y sus ornamentos que las acompañaban no cambió lamentablemente la estética de los principales interesados.
Que se hayan dado cuenta de que había grandes obras de arte dentro de las iglesias y que se haya intentado reconciliarse con la tradición no era más que un movimiento iniciado por una minoría. Es entonces cuando el problema del Arte Sagrado se planteó. La Iglesia conciliadora no rechazó renovar los ornamentos de sus santuarios, pero los que estaban encargados de hacerlo lo hicieron sin real convicción, casi siempre por desconocimiento de las cuestiones plásticas, tomando decisiones arbitrarias que desmoralizaban las mejores fuerzas de voluntad (últimamente, en Buenos Aires, algunos artistas fueron víctimas de estas medidas).
Sin embargo, en Francia, algunos religiosos, muy prudentes en asuntos del arte, confiaron la edificación y la decoración de nuevas iglesias a artistas de vanguardia que anteriormente no se habían jamás ocupado de tales asuntos. El resultado fue concluyente: un éxito. La pelea del Arte Sagrado debería haberse terminado, la prueba eran obras de muy alta calidad dignas de decorar iglesias —incluso si sugieren más que lo que representan, lo que está por otro lado dentro de la tradición del simbolismo cristiano—. Pero no pasó nada, un conformismo estrecho y una verdadera ignorancia sobre el arte continúan a hacer estragos.
El arte sagrado, como el arte para el pueblo, son clasificaciones monstruosas. El verdadero arte es sagrado y es para todos. Y el que sirve para una religión debe traspasar la iconografía, alcanzar los símbolos, sugerir, persuadir, transfigurar más que representar.
Las grandes obras de arte religioso fueron devotas de la arquitectura; cuando se alejaron, se convirtieron en grandilocuentes, en hipócritas, en sentimentales. Mientras que el arte de las relaciones, las dimensiones, las formas y los colores fue y será siempre mucho más apta para imponerle a las masas las ideas y las emociones con fuerza, y más capaces de esta manera para llegar a una superación. Las vidrieras de Chartres son sinfonías de colores vivos, un universo de líneas y se superficies abstractas sometidas a las multitudes. Las esculturas de las entradas, modulaciones de la arquitectura.
Este Salón, organizado por la institución Mediator Dei, presenta obras de calidad, casi todas dueñas de un carácter de intimidad; más pinturas de caballete, esculturas ornamentales sobre un tema religioso, que obras dentro de la tradición del arte que sirvió mejor al gran ideal cristiano, que fueron siempre arquitecturales, incluso El coronamiento de la virgen de Fran Angélico.
En esta exposición, notamos particularmente las pinturas de Aquiles Badi, Basaldúa, Battle Planas, Capristo, Raquel Forner, Pierri, Onetto, Presas, Russo, Soldi y las esculturas de Badíí, Labourdette, Macchi y Tavella.