GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

7 de Mayo de 1956

ARMANDO A. COPPOLA EN VAN RIEL

Por Germaine Derbecq


Las Exposiciones


Armando A. Coppola en Van Riel


Un crítico argentino dijo: “Ser joven es tener el empeño necesario para no conformarse con el repertorio de las formas hechas o heredadas, pero para lanzarse a la invención de otro repertorio de acuerdo con la manera de sentir de nuestro tiempo”.


Sin embargo, mientras que Bonnard, Matisse, Rouault, en ese momento octogenarios, pintaban audazmente cuadros nuevos y bien de sus tiempos, un cierto salón parisino, que no admitía más que expositores de menos de treinta años, ofrecía el espectáculo desalentador de tristes alineamientos de obras, abusivamente conformistas, marcadas por una senilidad precoz.

Es que el arte, expresión de lo espiritual en el hombre, no tiene más que contar el tiempo.

Coppola es la prueba. Casi sexagenario, se lanzó de pronto en su aventura pictórica con un ahínco juvenil. Sin lugar a dudas, fue pintor toda su vida. Preparándose, atesorando sensaciones de formas, de colores, de grafismos, que, llegado el momento, tuvieron que manifestarse.

Esto es bastante parecido a la historia del cuadro de Picasso, pintado con todas las gamas de los verdes. A uno de sus amigos, que se sorprendía, el artista le respondió: “Había paseado todo un día de primavera en el bosque, tenía una indigestión de verdes, al día siguiente era necesario que los restituya”.

Si bien las obras de Coppola son manifiestamente una zambullida en un otro yo, se producen interferencias bajo la forma de reminiscencias artísticas, pictóricas, de museo o actuales que podrían hacer creer a una disciplina.

Hace mucho, hacia 1905, sujetos en estado de hipnosis habían pintado cuadros que no eran más que un ensamble de colores, arabescos, tachaduras, siguiendo una moda extraña, desconcertante, de una intensidad casi insostenible.

Estas abstracciones, anticipadas, no habían entendido ninguno de los caracteres plásticos que vemos en las obras de hoy, pero, sin embargo, poseían a veces plasticidad. En ciertos aspectos, las pinturas de Coppola podrían asimilarse. Y esto explicaría por qué las obras de este pintor oscilan a menudo y parecería, como sin saberlo, entre el mejor y el menos bien. Pero nunca el peor, lo que en cierto sentido es lamentable. Excesos, con este modo de expresión, podrían ser reveladores. En resumen, Coppola es una de las personalidades encantadoras de la nueva pintura abstracta argentina. Sin ninguna duda, muchos serán conquistados por los matices de sus cuadros, que reflejan una textura física, expresada pictóricamente, para nada común.


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