LE QUOTIDIEN
30 de Mayo de 1956
CIEN ESTAMPAS JAPONESAS EN PEUSER
Por Germaine Derbecq
Las Exposiciones: Cien estampas japonesas en Peuser
El Instituto Cultural Argentino-Japonés de Buenos Aires presentó una exposición de un excepcional interés. Cien estampas firmadas por cincuenta nombres de los más famosos como, por ejemplo: Moronobu, Masanobu, Harunobu, Hokusai, Kiyonaga, Outamaro, Sharaku, Hiroshigé, que dan un panorama de este arte que se afirmó durante tres siglos —del siglo xvi al xix— y que no tuvo su igual en ningún país.
Opuesto al arte oficial, aristocrático y tradicional, impreso de simbolismo y de dogmatismo, la estampa, arte popular, fue nombrado Okyo-é, es decir arte “de las apariencias reales de la vida”, de las formas inconstantes del mundo o de las cosas efímeras.
Gracias a la influencia ejercida por la clase “Chou”, compuesta de comerciantes, de fabricantes, de artesanos y de artistas, la estampa pudo tomar un lugar preponderante.
Moronobu es considerado como el fundador de la escuela Ukyyo-é y Hiroshigue como el último representante ilustre quien, en el siglo xix cerró el ciclo de este gran arte.
Es en esa época que las estampas fueron conocidas en Francia. Podemos decir que todos los artistas modernos de ese momento los interrogaron y que todos sacaron provecho de esas revelaciones. Es que no eran solamente una ventana abierta al mundo extraordinariamente vivo, pero incluso, y eso es lo que subyugó a los artistas de ese momento, poseían un estilo que no era una estilización, sino un resultado de búsquedas plásticas de una gran riqueza.
Ingrés, a pesar de toda su ciencia, no las despreciaba. Podemos incluso suponer que los negros intensos y los blancos destellantes o suaves obtenidos por los artistas japoneses, únicamente por su ciencia de las relaciones, deberían atormentar al gran maestro cuando pintaba los terciopelos negros o sus pieles suaves, sin poder dejar de lado su sabio oficio.
Y podemos preguntarnos si alguna vez Manet habría podido pintar, no solamente el Olympia, que es una experiencia japonesa, pero incluso Le Fifre y algunos otros cuadros, si no hubiera conocido el arte nipón. Daumier decía: “No me gusta la pintura de Manet, pero se lleva el mérito de dar a sus figuras el aspecto de naipes”.
En cuanto a Van Gogh, cuanto se encontró con las estampas sobre el muelle de Amberes, no se conformó con tapizar su habitación, sino que alteró su paleta y reinventó su técnica.
Octave Mirbeau cuenta que Monet descubrió estas preciosas imágenes por un almacenero holandés que las utilizaba para envolver sus mercaderías. Luego, el pintor recubrió las paredes de Giverny, y está claro que su admiración no se borró ahí.
Gauguin creyó acercarse por el exotismo. Por suerte para él y para nosotros, lo superó y descubrió su camino experimentando las virtudes de los fondos lisos coloreados y de los arabescos orientales.
En cuanto a Toulouse Lautrec, a la manera de los japoneses, observó, estudió, examinó ávidamente la vida cotidiana, y finalmente la sintetizó dentro de sus litografías. El tema de Casa de la calle Amboise fue tal vez sugerido por “las casas verdes” tantas veces interpretado por los artistas nipones.
Para Degas, es el diseño inesperado y muy constructivo, igualmente que una especie de espontaneidad en el movimiento de los personajes que utiliza, sin olvidar el betún que abandonó.
Matisse asimiló la esencia de este arte, incluso, parecería ser, más que todos los pintores de su tiempo. Y los fauvistas buscaron nuevos motivos de inspiración en todas las artes, dichas primitivas, probablemente después de haber constatado en los otros y aprobado por ellos mismos los inmensos beneficios del arte nipón.
Si bien la influencia de la estampa japonesa en el arte moderno occidental parece haber sido decisiva, podemos de todas maneras suponer que, sin ellas, las pinturas habrían expresado no solamente lo que presentían, pero lo que, ya en ese momento, estaba en ellos. Las iluminaciones de los manuscritos y de los libros de salmos, las miniaturas, las pinturas pre carolingias, carolingias, romanas y medievales podrían haberles aportado las mismas fuentes y ayudarlos a reintegrar la pintura en un clima plástico más puro, alejado del trompe l’oeil tan apreciado por el arte renacentista y academicista.
Los artistas que en esa época comprendieron las bellezas plásticas de las estampas demostraron una excepcional visión de futuro. Saber ver eso no es para todo el mundo, exige un espíritu sutil, liberado de todo conformismo, una profunda inteligencia plástica y una estética en estado de gracia, capaza de recibir la revelación. Dones y cualidades que pertenecen a los creadores.
Cuando Picasso dijo: ”No busco, encuentro”, es que el hecho de que esté frente a una estatuilla negra, una estatua griega o un manubrio de bicicleta, encuentra lo que hay todavía para decir, y que no haya sido dicho antes.
Y, si bien la estampa japonesa fue la palabra de la verdad plástica, fueron necesarios artistas genios para recibirla.