GERMAINE DERBECQ

LE QUOTIDIEN

6 de Julio de 1956

BUTLER EN BONINO

Por Germaine Derbecq


Las exposiciones


Butler en Bonino


Que Butler no haya estado destinado a participar de las peligrosas investigaciones que han hecho la gloria del arte contemporáneo no le quita sus cualidades, que son evidentes: la probidad en el empleo de recursos pictóricos, el rigor de la composición y la organización del cuadro, y la aplicación de sus conocimientos extendidos para trasladar los elementos tomados de la realidad.


Podemos situar a Butler entre los artistas que fueron clasificados como pintores de la Escuela de París. No es amable, pero no resume para nada una tendencia, ya que englobaba, más allá de la pintura tan característica de los israelitas, los naturalistas y los eclécticos —con los cuales se puede relacionar a Butler—. Estos superponían intenciones idealistas a una realidad humana, y su arte, que aprovechaba las técnicas conocidas, estaba sometida a la tradición de museo.

Estos eclécticos eran, por un lado, artistas formados al lado de pintores refractarios al Cubismo, como Friesz (con el que trabajó Butler), Derain que les dio la espalda a sus amigos fovistas y cubistas declarando: “Fui más bestia que los otros”, y por otro lado, por numerosos pintores iniciados en esta famosa Academia Ranson que desde 1908 fue la primera academia de vanguardia. Los Nabis le daban clase, pero Maurice Denis y Serurier fueron sus verdaderos pilares. Pintores discutidos, teóricos apreciados y maestros venerados. Un clima particular reinaba en esos talleres, manteniendo un cenáculo y un salón mundano, pero se les daba una enseñanza muy estricta y muy nueva para la época, ya que se trataba de tinturas planas, tonos cálidos y fríos, secciones de oro, etc. Sin embargo, el tema estaba lejos de ser abandonado. Maurice Denis les proponía a sus alumnos —o más bien sus discípulos—en su curso de composición un tema bíblico o histórico que debían describir explícitamente con los rigurosos recursos plásticos. Es lo que Butler ha intentado realizar de alguna manera en el cuadro intitulado Fundación de Buenos Aires, que presentó en su exposición. Aunque seguramente nunca conoció a Maurice Denis, Butler, que llegó a París hacia 1924, pudo conocer a numerosos pintores de la Academia Ranson convertidos en vedettes del Salón de Otoño, luego en Les Tuilleries, que lo influenciaron profundamente.

Pero como lo demuestra la historia del arte, la continuidad se efectúa por pasos y por rupturas en las estéticas y en las técnicas. Pintores como Friesz, Maurice Denis y Derain —por citar solo a ellos— no lo comprendieron. Se empecinaron en perseguir la tradición a través de las apariencias de museo. Se apegaban a la razón reflexiva, no oyeron los ángeles de lo irracional, las voces del conocimiento verdadero.

Butler, encerrado él también dentro de sus límites estrechos, se arriesga a ser arrastrado hacia errores similares. Sin embargo, se siente una cierta inquietud a través la aparente placidez de las pinturas de esta exposición. El futuro nos dirá si tendrá el coraje de arriesgar una reputación bien establecida por los peligros de la exploración de lo desconocido.


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